¿Podría destruirte? Cine, literatura y consentimiento. Apuntes para un debate.

 

¿Podría destruirte? Cine, literatura y consentimiento[1].

Lola López Mondéjar

 

https://drive.google.com/file/d/1Muelpz7Pue54HfCojjSba86pSFFaVruv/view?fbclid=IwAR09WVURiHN2ID6NlqlZQPp-cMa7P_UmiK6LR2gvYJRgJXVd6KLG6cxNoWM

Se puede acceder a la conferencia en vídeo utilizando el enlace de arriba. A la exposición oral se suma un powerpoint que ilustra algunas de las ideas que se vierten.

 

 

Podríamos comenzar diciendo que a partir del MeToo, el movimiento surgido en octubre de 2017, precisamente tras las denuncias por abuso y acoso sexual contra el productor de cine Harley Weinstein, denuncia a la que se sumaron decenas de celebridades y de mujeres anónimas, el cine ha comenzado a ocuparse de otro modo del consentimiento, al menos, las directoras de las películas que forman parte de nuestro corpus, lo hacen.

Para adentrarnos en un tema tan complejo como inagotable, que entendemos va a situarse en el centro del debate en nuestras sociedades líquidas de la modernidad tardía, necesitamos previamente poner sobre la mesa algunos conceptos claves.

 

Algunos conceptos claves

 

Definición: Consentimiento procede de Consentire, del latín “sentirse juntos”. La expresión consentimiento deriva del consensus derivada a su vez de cum (con), y sentire (sentir) y significa el acuerdo de dos o más voluntades sobre una misma cuestión (diccionario jurídico).

Resumiendo las distintas definiciones de consentimiento reunidas por Joseph J. Fischer en el libro citado, podemos convenir que: consentimiento es el acuerdo voluntario e intencionado de participar en una actividad sexual concreta, mutuamente acordada. Esta voluntad debe ser libre y puede retirarse en cualquier momento.

Como ejemplo de ausencia de consentimiento, podemos recordar que durante generaciones, el derecho al consentimiento fue negado a los negros de EEUU[2].

En el proyecto de ley aprobado el martes 5 de julio de 2021 por el consejo de ministros español, coloquialmente denominado Ley del “Solo sí es sí”,  la definición de consentimiento se modifica así: Solo se entenderá por consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona.

Definición que se enmarca en la línea de lo marcado por el Convenio de Estambul en su artículo 36.2., 2014[3]: El consentimiento debe prestarse voluntariamente como manifestación del libre arbitrio de la persona considerado en el contexto de las condiciones circundantes.

De aprobarse dicha ley, las víctimas no tendrán que acreditar que han sufrido violencia o que se han resistido, y todo acto sexual sin consentimiento será considerado agresión.

 

Contrato sexual: El contrato social[4] es una historia de libertad, afirmaba Carole Pateman en 1988, el contrato sexual es una historia de sujeción. La dominación de los varones sobre las mujeres y el derecho de los varones a disfrutar de un libre acceso sexual a las mujeres es uno de sus puntos. El contrato sexual es un pacto entre hombres para  distribuirse entre ellos el cuerpo femenino fértil y el poder de la reproducción de las mujeres.

Para Geneviéve Fraisse, el contrato sexual, el hecho de que los hombres se atribuyan el derecho de gozar del cuerpo de las mujeres, tiene más influencia en nuestro mundo que el contrato social roussoniano.

Con respecto a este punto, Eve Kososvky Sedgwick[5] ha estudiado el deseo homosocial masculino, que denomina así para hipotetizar el potencial de no ruptura, y establecer un continuo entre este deseo homosocial y el deseo homosexual, esto es, para subrayar el carácter erótico de la relación entre los hombres. Los hombres se importan entre ellos y pactan el uso del cuerpo de las mujeres, alejando de sí mismos la temida feminidad interna mediante la homofobia.

El contrato sexual, para Rosa Cobo[6], pretende controlar la sexualidad y los cuerpos de las mujeres y, con ese pacto, los hombres se convierten en un grupo de poder e instituyen cómo repartirse el cuerpo de las mujeres mediante dos instituciones: el matrimonio y la prostitución.

En la base del contrato sexual está el esencialismo de género y la romantización y naturalización  de la maternidad, así como la dicotomía público (razón, dominio de lo masculino, territorio de la política y las leyes) – privado (emoción, espacio ligado a la naturaleza y a la biología, así como a lo femenino). La dependencia y sumisión que se adjudica a la identidad femenina impide el empoderamiento y la crítica del rol femenino de las propias mujeres.

Por otra parte, y ligado a todo lo anterior, la concepción del amor como natural en la mujer se usa como un instrumento para dominarlas y hacerlas dependientes de los hombres.

Para instituir e introducir en las mujeres estas características, el patriarcado las convirtió en virtudes:

1.     Pudor, que impide la libertad y el dominio de la cosa pública.

2.     Virginidad, que impide la libertad sexual.

3.     Reproducción dentro del matrimonio que garantiza la filiación y la sumisión al marido.

4.     Fidelidad al marido: institución del honor.

5.     Obediencia, que refuerza la sumisión.

6.     Ignorancia: que favorece la dependencia total y el distanciamiento de lo público.

7.     Modestia, que garantiza la falta de valentía y del empoderamiento necesario para para cuestionar y salir de su rol.

8.     Timidez, que cohíbe la actuación.

 

La edad del consentimiento sexual es la edad por debajo de la cual el consentimiento prestado para tener relaciones sexuales u otro tipo de ámbitos relacionados con contenido sexual (conversaciones, imágenes o videos) no resulta válida a efectos legales. En España la edad dictada por la ley es de 16 años con pleno consentimiento del menor presumiéndose violencia, abuso o acoso por parte del individuo mayor de edad en tales circunstancias, sin importar la existencia o no de cualquier tipo de violencia o abuso real, asimilándose o sancionándose como delito de violación. El sexo no consentido es considerado violación sexual[7].

 

“No se toca a los niños”, es el lema que en Francia, sacudida por las denuncias de incesto tras la publicación del libro, La familia grande, de Camille Kouchner, se ha difundido para modificar la ley de consentimiento y rebajarlo hasta los 15 años. En el libro, la hija del conocido exministro Bernard Kouchner, Camille, revela los abusos que sufrió su hermano gemelo en los años ochenta, cuando era un adolescente, por parte de su padrastro, el conocido politólogo Olivier Duhamel. Según una encuesta del año pasado, el 10% de los franceses dicen haber sido víctimas de abusos sexuales por parte de un familiar cuando eran menores. El caso ha prescrito[8].

Con esta reforma, Francia instaurará una edad de consentimiento, 15 años, similar a la de otros países europeos como Polonia, Dinamarca, Grecia o Suecia. Otros países la fijan en los 14 años (Italia, Alemania, Portugal o Austria) o en los 16 (España, Bélgica, Países Bajos o el Reino Unido). Solo los más restrictivos lo aplazan a los 17 años (Irlanda) o incluso los 18 (Malta).

 

Cultura de la violación La cultura de la violación es el conjunto de ideas, prácticas y estructuras de nuestra sociedad que facilitan que los agresores cometan actos de violencia sexual y dificultan que las víctimas denuncien o obtengan justicia.

Impregna todos las artes y las representaciones de la relación hombre/mujer.

La cultura de la violación es central en el patriarcado y tiene que ver con el contrato sexual. Algunos de sus rasgos son:

- Cosifica, reifica a las mujeres, impidiendo su reconocimiento como sujetos. Las mujeres no son vistas como seres humanos sino como objetos de satisfacción para el hombre.

- Como objetos, su posesión y disfrute constituye un logro que aumenta el narcisismo del varón.

- Son instrumentos para ser reconocidos por otros hombres (orgullo de Don Juan o Casanova) y para dañar a otros hombres: son consideradas meros instrumentos, mediadoras de la relación entre ellos (homosocialidad)

- Los hombres tienen derechos solo por desearlas: facilidad del acoso y abuso, y el sistema de prostitución. El deseo sexual masculino se considera en el patriarcado constante, y constituye una parte esencial de la masculinidad hegemónica, que sanciona con el desprecio a los hombres que no lo manifiestan así.

- La cultura de la violación socializa a las mujeres en una noción del amor romántico como natural, y su autoestima depende de ser amadas por un hombre, lo que las convierte en muy vulnerables y fáciles de manipular y dominar.

Estos presupuestos están inscritos en las consciencias de los hombres, pero también de las mujeres, de manera que cuesta identificarlos en todos sus matices porque forman el tejido en el que nos inscribimos como seres de cultura.

De ellos se derivan los rasgos particulares de la cultura de la violación que veremos más adelante.

 

Sexualidad obligatoria, es el imperativo que induce a pensar que las relaciones románticas o afectivas tienen que incluir siempre la sexualidad. Este imperativo presiona tanto a hombres como a mujeres; a ellos porque su deseo tiene que ser constante, como dijimos, no desfallecer nunca, y a ellas porque tienen el deber de satisfacerlo.

La aceptación de relaciones afectivas sin sexo es muy problemática en nuestras sociedades, y el cine apenas las representa, si bien, como veremos, algunas películas empiezan a hacerlo.

La asexualidad, que afecta a entre el 1% y el 3% de la población mundial, según distintos estudios, no está representada en el cine, aunque la posibilidad que proporcionan las redes de unir sus voces ha visibilizado a este colectivo, que  confiesa que, a menudo, los asexuales se ven inmersos en relaciones sexuales que no desean y que consienten  por temor al rechazo y por la fuerte presión social.

 

Autonomía corporal: La cultura del consentimiento se basa en el principio clave del feminismo de la autonomía corporal, esto es, la idea de que tú puedes decidir lo que haces con tu cuerpo, quién tiene acceso a él y cómo obtiene y se ejerce ese acceso. Tus decisiones deben ser tomadas sin presiones externas ni coacciones, y en condiciones de igualdad (esto es, sin que se ejerza ningún tipo de poder sobre ti).

El reconocimiento legal de la autonomía corporal está implantado en países como Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá.

Hoy día se publican libros infantiles que enseñan a los niños a disponer de su propio cuerpo[9] y rechazar contactos indeseados. La enseñanza del ejercicio de la autonomía corporal sería un paso muy indispensable para conseguir relaciones afectivo-sexuales simétricas.

 

MeToo, Tarana Burke, activista afroamericana, acuñó la frase en 2006 para dar voz a las víctimas de la violencia sexual y promover lo que llamó “empoderamiento a través de la empatía”, con esa frase se transmite un Te creo, simpatizo con tu experiencia porque la conozco. El movimiento MeToo se popularizó y universalizó en 2007 con el affaire Wenstein.

 

Frente a la justicia punitiva o retributiva (castigo) una Justicia reparadora o transformadora que busca reparar el daño cometido. La justicia reparadora sería una forma de abordar las cuestiones de violencia sexual y consentimiento sin que intervenga la ley. Se trata de un marco de evolución que busca reparar el daño causado por una transgresión en lugar de castigar al autor del abuso. La reparación se realiza a través de procesos voluntarios que fomentan el diálogo y la comprensión entre víctima y agresor, y proporcionan apoyo a todas las partes implicadas. También se presta atención a las causas estructurales del problema, tal y como proponía el feminismo radical y el movimiento sexocrítico, y tratan de que no se repita el acto, corrigiendo esas causas.

Entre otros procedimientos, el denunciante recibe un equipo de apoyo de la comunidad, lo mismo que el agresor. El agresor participa voluntariamente, pero puede rechazar hacerlo; debe aceptar que ha causado un daño y comprometerse a tomar medidas para no repetirlo, entre ellas asistir a talleres sobre consentimiento, aprender sobre la cultura de la violación o revelar su historial a futuras parejas.

Un ejemplo de justicia reparadora fue el proceso que inició en Sudáfrica La Comisión para la verdad y la reconciliación, dirigida por Desmond Tutú tras el apartheid.

 

De la cultura de la violación, donde el otro es considerado un objeto de satisfacción, caminamos hacia una cultura del consentimiento, hacia una educación donde el otro sea sujeto y la sexualidad sea igualitaria y hedónica para los participantes que entablan una relación basada en el reconocimiento intersubjetivo y el respeto mutuo.

 

Para Milena Popova[10], habría cuatro enfoques generales para comprender el consentimiento:

 

1.     El feminismo radical de los años 60 (segunda ola del feminismo en EEUU) a los 80, relaciona el sexo con la violencia de forma casi indistinguible. El feminismo radical busca las raíces de la opresión de las mujeres mediante el estudio del poder y la dominación masculina y sus manifestaciones en la familia y la sexualidad. Su lema fue: Lo personal es político.

Este primer enfoque subraya cómo la negociación del consentimiento no se produce en igualdad de condiciones para hombres y mujeres, pues las dos partes no tienen el mismo poder y la socialización de las niñas les condiciona a creer firmemente que tienen que satisfacer las necesidades sexuales de los hombres, por lo que en este entorno social y legal es difícil saber cuándo el consentimiento es genuino, libre y sin coacción, por lo que carece de sentido basar solo en el consentimiento el problema de los abusos.

 

2.     El enfoque NO es NO, surge como campaña feminista contra la violencia sexual desde los años 80 hasta los 90, ante las frecuentes violaciones ejercidas por conocidos o en citas. Hace hincapié en la responsabilidad de los hombres de escuchar y respetar las expresiones de no consentimiento de las mujeres. Se opone a que la resistencia física sea el dato definitivo a la hora de los juicios por violación, e insiste en que lo sea el consentimiento.

Este enfoque es diferente al del feminismo radicar puesto que se centra en la agencia personal y la negociación del consentimiento entre individuos, y parte de la base de que las mujeres son libres de decir que no, cosa que no sucede siempre, como veremos. Deja fuera muchas situaciones en las que no se dijo expresamente no ante sexo no deseado porque la persona, por ejemplo, haya sido drogada, haya bebido demasiado o esté dormida, como sucede en la película de Pedro Almodóvar, Hable con ella (2002), donde el enfermero Benigno viola a una joven paciente en coma.

 

 

3.     SI es SI, conocido también como consentimiento afirmativo o entusiasta, pretende cubrir algunas de las lagunas que deja el NO es NO. Se trata de un enfoque del feminismo “sexopositivo” que reivindica que el sexo puede ser una experiencia gozosa y busca reafirmar la agencia de las mujeres en la negociación del consentimiento.

Tanto el enfoque del No es No como del Sí es Sí hacen hincapié en la capacidad de acción individual en la negociación del consentimiento y parten de que todos somos individuos libres que conocemos y entendemos nuestros deseos, lo que refleja un tipo de pensamiento neoliberal dominante en occidente desde los últimos cuarenta años. El sujeto neoliberal asume la responsabilidad de sus acciones, busca superarse a sí mismo y tiene libertad y elección ilimitada al emprender una acción. Para Popova, esta concepción de un sujeto con agencia plena es problemática a la hora de pensar el consentimiento.

 

Todos ellos tienen algunas lagunas y objeciones, tal y como señala el enfoque feminista “sexo crítico”, que presta atención a las cuestiones de poder como una interacción de múltiples fuerzas y pone énfasis en la cultura de la violación y en la socialización de las mujeres, como obstáculos al ejercicio de la autonomía corporal.

Contra toda evidencia, “las investigaciones indican que el placer tiene una prioridad escandalosamente baja para las propias mujeres, para quienes el placer y la satisfacción de sus parejas supone una presión mayor que los suyos propios”, afirma Catherine Angel[11] citando a Jaclyn Friedman. Esta dificultad de las mujeres para identificar y reivindicar su propio deseo es una de las asignaturas pendientes de la revolución sexual de los 60. La revolución sexual feminista ha de poner en su centro la autonomía del deseo de las mujeres, en todos los órdenes, incluido el sexual. Un deseo que, como subraya Angel, es escurridizo.

En este sentido, Annie Ernaux, en Memoria de chica[12], describe sobre su primera experiencia sexual en el verano de 1958: “Si hubiera sido una violación, tal vez habría podido hablar de ello antes, pero nunca me lo planteé así”. Tardó 50 años en poder contarlo: “Cedí, por así decirlo, por ignorancia. Ni siquiera recuerdo haber dicho no”.

La escritora española, Laura Ferrero[13], en su relato Gangrena, narra una relación donde se expone esta misma ignorancia sobre el deseo femenino, atravesado por la educación patriarcal y sometido siempre al deseo más identificado e imperioso de los hombres.

            Tardé muchos años en comprender que existe una infinidad de tipologías de abusos y que algunos de ellos ocurren en silencio y con el consentimiento adormecido de una de las partes. El consentimiento se llama estar a prueba. Se llama ceder. Se llama miedo a perder. Coacción. Se llama no pensaba que me estaba ocurriendo a mi (p. 32).

 

Si tomamos en cuenta estos y otros sesgos de género, producto de la distinta socialización patriarcal de hombres y mujeres, caminar hacia otra forma de relación donde el consentimiento solo sea un paso es obligado.

La filósofa y ensayista francesa Geneviéve Fraisse[14], apunta en la misma dirección cuando afirma:

el consentimiento puede ser obtenido por la coacción, puede ser el fruto de una relación de fuerza, implícita o explícita. La coerción usa la fuerza física, de palabras que dan miedo, del encierro espacial, del control de la agenda. ¿Quién puede ignorarlo?

 

La Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, destinado a prevenir, reprimir y castigar la trata de personas, en particular de mujeres y de niños, fue firmado en Palermo, donde se redactó el documento conocido como Protocolo de Palermo, firmado en el año 2000 por el rey Juan Carlos I y por el ministro Josep Piqué[15]. Los principios del documento se hicieron efectivos en el año 2003, y el Protocolo fue ratificado en mayo- junio de 2020 por más de 176 estados. En su artículo tercero dice así:

Artículo 3.

Definiciones

Para los fines del presente Protocolo:

a) Por "trata de personas" se entenderá la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos ;

b) El consentimiento dado por la víctima de la trata de personas a toda forma de explotación que se tenga la intención de realizar descrita en el apartado a) del presente artículo no se tendrá en cuenta cuando se haya recurrido a cualquiera de los medios enunciados en dicho apartado.

 

Estos textos son un punto álgido en el debate más que vivo entre críticos de la prostitución y defensores del trabajo del sexo. El Protocolo de Palermo declara, como vemos, que el consentimiento de una persona es “indiferente” en una situación de trata de mujeres, entre aquella que dice “si” y aquella que dice “no”. Sí o no son ineficaces en la práctica de la lucha contra la trata, tal y como señala Fraisse.

 

El consentimiento, pues, se cuestiona y deja de ser un argumento incontestable para estar sujeto a las condiciones culturales y del contexto particular en el que se produce, lo que supone un interesante principio para contemplar las circunstancias de desigualdad que exigen una exploración de los hechos más amplia que el mero consentimiento, y nos obliga a buscar un camino que vaya más allá del mero consentimiento.

La crítica del movimiento feminista al consentimiento se basa en el supuesto implícito en el concepto de que es el hombre quien desea, y la mujer quien consiente. De ahí que muchos grupos feministas reivindiquen un cambio de mentalidad hacia una educación más igualitaria centrada en el deseo.

Ahora bien:

 

¿Por qué es tan complicado mantener la simetría y la igualdad en las relaciones sexuales?

 

La atención que el consentimiento está teniendo en los últimos tiempos habla por sí sola de la dificultad de mantener relaciones sexuales igualitarias, y de la necesidad de regular de algún modo el encuentro entre dos seres humanos sujetos a una socialización distinta dependiendo de su sexo. El consentimiento, como hemos dicho más arriba es solo un primer paso para lograr una sexualidad donde el deseo esté presente por parte de los partenaire que participan en el encuentro.

Sin embargo, el hecho de que legislemos y marquemos normas para lograr esa anhelada igualdad es un claro indicador de que todos somos víctimas de la cultura de la violación, muy acentuada en el capitalismo numérico o digital de la modernidad tardía, centrado en la digitalización y la virtualización de actividades, producciones y relaciones sociales.

Por otra parte, el régimen de hipervisibilidad de nuestra cultura virtual ha generado otros tipos de agresiones sexuales: la agresión sexual numérica (ASN). Compartir videos íntimos de una persona identificable, obtenidos sin su consentimiento debería ser constitutivo de delito. Los individuos que los visualizan son considerados onlookers (espectadores), un tipo específico de agresor indirecto, muy representado últimamente en el cine y en las series.

Recordemos sin ir más lejos, y sin salir de nuestro país, el video de Pedro J. Ramírez en 1997, o el letal de Verónica[16], que en 2019 se suicidó al difundirse de modo viral  entre sus compañeros de Iveco, la empresa donde trabajaba, hasta llegar a su marido y provocar su suicidio.

Esta cultura de la violación en la que todos estamos inmersos, está compuesta por una serie de mitos e ideas preconcebidas sobre el violador y la víctima que afectan a nuestro comportamiento social, a las leyes y a las instituciones que nos regulan. Mitos que es preciso desvelar para avanzar hacia una cultura más allá del consentimiento.

Para Sonia Herrera, especialista en comunicación audiovisual, la violencia de género es uno de los grandes fetiches del cine, uno de sus argumentos predilectos, motores de la acción. Además, el cine ha representado ampliamente cada uno de los mitos de la cultura de la violación que vamos a exponer a continuación.

 

a)     El violador  es un extraño que te aborda en un callejón, cuando en realidad son casi siempre conocidos y gente corriente y no monstruos, como supone este mito. El cine ha representado al violador como extraño en múltiples ocasiones, con especial violencia en la película Irreversible, dirigida por Gaspar Noé  en 2002.

 

b)     Que la violación implica otros tipos de violencia física, es un mito que ha influido en numerosas sentencias. El mito sugiere que podemos saber si la acusación de violación es cierta según el estado físico de la víctima, desviando la atención del consentimiento hacia la violencia.

En La infamia, Phillippa Lowthorpe, 2017, miniserie de tres episodios basada en hechos reales, la directora desafía este supuesto y muestra la manipulación que sufre un grupo de niñas de la localidad de Rosdhale, Inglaterra, a manos de un grupo de pakistaníes que las prostituía a cambio de ofrecerles, aparentemente, afecto y protección. Las niñas formaban parte de familias desestructuradas, y buscaban el cariño que no obtenían en sus hogares en este grupo de hombres que las explotaba.

La infamia también muestra las dificultades para ser escuchadas, tanto por los servicios sociales como por la policía, cuando una de ellas denuncia los hechos.

 

c)     Las mujeres oponen resistencia al sexo, pero en realidad lo desean. Desde esta idea preconcebida, si la mujer no opone resistencia máxima ante un acto sexual es que ha dado su consentimiento. El mito de que la mujer que no opone resistencia consiente estaba presente en el juicio sobre La Manada. Visualizando el video en el que los agresores grabaron la violación, uno de los juez afirmó que la víctima disfrutaba[17].

Del ascenso desproporcionado de la cultura de la violación es un ejemplo estremecedor que haya sido precisamente el vídeo de La Manada el más buscado en Internet durante aquellos días de 2016 (el 7 de julio fue cuando ocurrieron los hechos).

Este mito ignora que la víctima de violación se paraliza ante la agresión, especialmente si el agresor es alguien que conoce; o que resistirse o defenderse supone más riesgo de lesiones para la mujer que la pasividad; o que los violadores utilizan la intimidación y la manipulación más que la violencia física. Además, con este falso presupuesto se insiste de nuevo en la responsabilidad de la mujer si no se defiende lo suficiente.

En la miniserie, Laetitia o el fin de los hombres[18], basada en hechos reales y dirigida por Jean- Xavier Lestrade en 2019, uno de los violadores es padre de acogida de una menor, y siempre que la obliga a mantener relaciones, le dice a su víctima: No armes jaleo. Y la niña calla.

 

d)     Otro mito vigente afirma que son las mujeres quienes provocan al violador llevando ropa provocativa, bebiendo en exceso o caminando solas por la calle. Como es habitual, esto hace recaer de nuevo la responsabilidad en las mujeres y no en los hombres, ya que en lugar de exigir a los agresores potenciales, No violes, advierten a las víctimas “Que no te violen[19] .

En la película Una joven prometedora, que analizaremos después, se explora este supuesto que sirve como principal leit motiv para la acción.

Por otra parte, las mujeres racializadas sufren más esta cultura de la violación, que se traslada a las leyes y a las instituciones de justicia, al soportar prejuicios particulares como grupo. Un ejemplo es el prejuicio que afirma que las mujeres negras o caribeñas son más promiscuas, ergo, tienen menos posibilidades de ser creídas en caso de agresión.

Un ejemplo de que la culpa la tiene la mujer, en este caso, la niña, fue la recepción de la novela Lolita, de Nabokov en 1957, que demonizó a la niña y la identificó como la seductora, en contra de las intenciones del mismo autor.

En mi novela Cada noche, cada noche[20], cuya protagonista es la hija de Lolita que murió en el parto en la novela de Nabokov, me propuse reivindicar una interpretación más acorde a la verdad de la historia: Lolita fue una niña sistemáticamente violada por Humbert Humbert, que lloraba cada noche, cada noche, apenas él quedaba dormido. En la contraportada de las ediciones del libro en español se insiste en que se trata, sin embargo, de una historia de amor, un signo, como vemos, de esta cultura de la violación que denunciamos.

 

 

e)     Otro supuesto, que la Iglesia confirma en el contrato matrimonial, afirma que no puede existir violación dentro del matrimonio, un espacio donde rige el débito conyugal. La RAE define este como:

Deber de los cónyuges de prestarse mutuamente los actos per se aptos para la generación de la prole, recogido en el Código de Derecho Canónico de 1917.

 

En la misma Biblia (Corintis 7, versículos 3, 4 y 5) se habla detalladamente de este contrato conyugal: ” 3. El marido devuelva el débito a su esposa, y así mismo la esposa a su marido. 4. La esposa no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino su marido; de la misma manera tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la esposa.” Deber y derechos mutuos, pues, que regulan normativamente aspectos que hoy en día consideraríamos más propios del ámbito del deseo, del juego sexual, y del placer[21].

 

La violación dentro del matrimonio fue reconocida en Alemania en 1997 tras muchos años de lucha, lo que puede sorprendernos por tratarse de un reconocimiento muy tardío.

Pero, además, en España, fue en 2019, cuando una sentencia del supremo afirmó que no existe el débito conyugal en el matrimonio:

No puede admitirse bajo ningún concepto que el acceso carnal que perseguía el recurrente, porque entendía que ese día debía ceder su pareja a sus deseos sexuales, es una especie de débito conyugal, como obligación de la mujer y derecho del hombre, por lo que, si se ejercen actos de violencia para vencer esa voluntad con la clara negativa de la mujer al acceso carnal, como aquí ocurrió, y consta en el hecho probado, ese acto integra el tipo penal de los arts. 178 y 179 CP, y además con la agravante de parentesco reconocida en la sentencia por la relación de pareja y convivencial [22].

Películas como Te doy mis ojos, irigida por Icíar Bollaín en 2002[23], tratan este tema.

Está confirmado que en casi todos los casos de violencia de género, la esposa es violada sistemáticamente por el marido.

 

f)       Que las prostitutas no pueden ser violadas, pues dan su consentimiento implícitamente a todo, al tratarse de su trabajo, es otro mito vigente de la cultura de la violación.

En Bola de sebo, el magnifico relato de Guy de Maupassant publicado en 1880, se refleja este conflicto devolviendo a la prostituta la dignidad como ciudadana que sus compañeros de viaje le sustraen.

La protagonista, Elisabeth Rousset, sí tiene conciencia de su sometimiento cuando cede para bien del grupo a acostarse con el oficial prusiano que los retiene en su viaje hacia Le Havre, huyendo de la guerra. Elisabeth es una monárquica, y le repugna ceder al oficial, pero lo hace por el bien del grupo, que le presiona sutilmente primero, explícitamente después, ya que no entienden su moralidad al tratarse de una conocida mujer pública.

Una dignidad que sí le otorga John Ford en La diligencia a la prostituta que viaja en ella, película inspirada en el relato de Maupassant. Un Ford que, sin embargo, trata a una mujer india de manera menos digna en Centauros del desierto (1956).

 

g)     El consentimiento por presión social, porque es lo que se tiene que hacer en ese contexto particular, habla de las dificultades de establecerlo en condiciones de simetría, y no de dominación y poder. En la película El hombre tranquilo, dirigida también por John Ford en 1952, la presión social, inscrita también en la protagonista, obliga al personaje interpretado por John Wayne a pelear contra su cuñado para obtener la dote de su mujer, en contra de la voluntad de su hermano, que se la niega . En esta ocasión, el marido acaba por respetar la voluntad de su mujer, que no cede a sus presiones hasta que cumpla las costumbres de su comunidad.

La cultura de la violación niega la presión social en la obtención del consentimiento.

 

 

h)     Que las mujeres mienten en estos temas es otro de los mitos explícitos e implícitos en esta cultura. Rebeca Solnit[24] ha acuñado un término, el Síndrome de Casandra, para subrayar cómo las mujeres, sobre todo en cuestiones que tienen que ver con los hombres, no son creídas, como sucede en el mito, aunque digan la verdad.

No por casualidad la protagonista de Una joven prometida, se llama Casandra, Casie.

 

 

El incremento de la cultura de la violación

 

La educación pornográfica bajo el neoliberalismo, constituida casi en exclusivo agente de educación sexual, se basa e incrementa notablemente la cultura de la violación, insistiendo en estos mitos y representando la sexualidad con dosis cada vez mayores de violencia y denigración de las mujeres.

Una cultura de lo hiper: hiperconectada/ hiperactiva e hipersexualizada, como señalan Ubieto y Pérez Álvarez[25], que no contribuye a modificar el imaginario de la cultura de la violación.

Los videos de Mostopapi son un ejemplo de esta hipersexualización. El youtuber vasco, que alcanza millones de seguidores con su exploración de la sexualidad de los jóvenes, aunque criticado por quienes opinan que en su afán por conseguir más y más seguidores ha priorizado las entrevistas a influencers y a las jóvenes que se exponen en Onlyfans, lo que supuestamente lo aleja de la sexualidad del joven y la joven común, muestra una juventud que ha banalizado la exhibición de su cuerpo, que sigue modelos pornográficos a la hora de concebir y practicar la sexualidad, y que tiene en el cuerpo el sostén de una identidad hueca, a la que dedicaremos unas palabras más adelante.

Además, los protocolos de cortejo han desaparecido en nuestras sociedades, siendo sustituidas por el imperio de lo que he llamado Modelo Tinder, o por aplicaciones como Instagram y Onlyfans, que mercantilizan el afecto y el cuerpo de las mujeres, como viene señalando Eva Illouz[26] en sus investigaciones.

Los jóvenes se socializan en una representación de la sexualidad extremadamente violenta, que no solo repite, sino que incentiva los guiones sexuales de la cultura de la violación, que guían el comportamiento en las relaciones. Los guiones sexuales son ideas culturalmente dominantes sobre cómo debe funcionar el sexo, qué es sexo y qué no.

Uno de estos guiones sexuales dominantes afirma que el hombre es activo mientras que la mujer es pasiva, e identifica la actividad y la expresión del deseo de la mujer con el fácil acceso de los hombres a ella. Todos ellos condicionan también el consentimiento, e inciden en lo que se considera delito, violación o abuso. Uno de los principales guiones es el que nos induce a definir sexo como la práctica de coito pene-vaginal, en relaciones heterosexuales, obviando el resto de conductas sexuales no genitales.

Por su parte, las leyes reproducen y aplican estos mitos, en los que han sido socializados, por supuesto, los jueces.

En la cultura de la pornografía y la hipervisibilidad que estamos describiendo, las imágenes excitan más que la realidad. Cada vez más se hace necesaria la mirada del otro para estimular la excitación. La grabación de videos sexuales, el after-sex, after sex hair, muestran esta tendencia donde el cuerpo sensual, la percepción interna del deseo, es sustituido por la imagen.

Derivados de esta nueva fuente de excitación, surgen los nuevos delitos digitales, y el temor de muchas mujeres a ser grabadas, como sucede en Corea del Sur[27] y en España[28], y la impotencia ante la impunidad de la que se benefician los autores de estos delitos; impunidad tantas veces denunciada por las víctimas.

 

Todos hemos sido educados en estos parámetros a través del cine y la literatura, y posteriormente la publicidad e Internet.

Por otra parte, las novelas románticas reproducen a su vez un guión perverso: los obstáculos del amor se introducen en la relación de los protagonistas y, en el transcurso de la novela, la heroína aprende a reinterpretar el duro comportamiento del héroe hasta convencerse de que está motivado por el amor y no por la crueldad o la indiferencia. Esta interpretación viciada, que constituye muchas veces el argumento también de las comedias, enseña a las mujeres a adaptarse y aceptar las exigencias del varón y desestimula la identificación y el establecimiento de límites personales propios, normalizando los comportamientos y las relaciones abusivas, que se recodifican como signos de amor. Las comedias de Hollywood siguen este mismo guión: la atracción del hombre se esconde bajo la indiferencia o, directamente, el desprecio que muestra. Solo hace falta que la mujer sea paciente para que surja el amor.

La llamada escena de amor de Brade Runner[29], donde Harrison Ford fuerza a la replicante a mantener relaciones sexuales con él con objeto de hacerla experimentar sentimientos “humanos”, es un buen ejemplo de esta interpretación de la violencia, de la insistencia y el abuso, como gesto de amor. En el fondo, como una asistente comentó durante la exposición de esta conferencia cuando señalé este aspecto, todas las mujeres somos replicantes, obligadas a experimentar los afectos y las emociones que la heterodesignación patriarcal ha inscrito en nosotras, ocultando y borrando nuestras propias percepciones.

Es esta dificultad para saber lo que queremos, que nos afecta en tanto mujeres, lo que nos hace propensas a otorgar un consentimiento viciado, más por conformar o por satisfacer al partenaire sexual que por seguir nuestro propio deseo, siempre por descubrir.

En la película The Tale, la niña protagonista seducida y abusada por su monitor de equitación, vomita cada vez que él mantiene una relación con ella, sin que el joven parezca darse cuenta de su malestar, ni ella sepa tampoco interpretarlo hasta más tarde, cuando rememora ya de adulta, los hechos.

Desde hace unos años, las novelas románticas están incluyendo el consentimiento entre sus argumentos, lo mismo que mucha producción de la literatura y el cine BDSM[30], necesariamente más sensible a la cultura del consentimiento por el carácter de sus propias prácticas.

 

Sin embargo, el cine ha representado la sexualidad y la violencia de las mujeres bajo estos parámetros, y ha inventado también una venganza de las mujeres copiada del modelo clásico de los varones: letal e individualista, cuando no directamente autodestructiva (como veremos en las películas analizadas a continuación). Una venganza que sigue el modelo de Solo ante el peligro, o Sin perdón.

 

Pero a pesar de estas representaciones, la historia nos ha demostrado que no es así en el movimiento de protesta MeToo. La respuesta de las mujeres ante la violencia del varón ha sido colectiva, de carácter simbólico, y apuesta por una justicia restaurativa, o por la creación artística como forma de elaborar el trauma. Es lo que ha sucedido con el testimonio de Vanessa Springora, que ha escrito un libro, El consentimiento[31], donde cuenta la verdad de la relación de abuso que mantuvo con el famoso escritor Gabriel Matzneff, siendo una niña de entre catorce y quince años, cuando él tenía cincuenta, con el consentimiento también de la intelligentsia francesa, y de la madre de la niña. Otro tanto sucede con la venganza de Camille Koucher, a la que aludimos.

 

Dos ejemplos icónicos: Podría destruirte y Una joven prometedora.

 

 

 Una joven prometedora,[32] obra prima de Emerald Fennell (2020), ganadora del Oscar al Mejor guión original, y magistralmente protagonizada por Carey Mulligan en el papel de Casandra (Cassie), se adentra de lleno en el tema del consentimiento planteando una situación de una ambivalencia exquisita: una joven aparentemente ebria se deja llevar por distintos hombres a sus apartamentos, sin afirmar ni negar su propio deseo, de manera que estos, dejándose llevar por el suyo, acaban suponiendo que acepta sus propuestas sexuales y avanzan en su conquista, hasta que Casandra, completamente sobria, les pregunta: ¿Qué haces?, con objeto de reflejar el abuso al que están sometiendo el cuerpo de una mujer cuya participación en ese acto ha sido exclusivamente su pasividad.

Pero es que el consentimiento de la chica, en el imaginario de los hombres patriarcales educados en la cultura de la violación, se supone precisamente por su pasividad, por el hecho de estar borracha en un bar, o porque una joven que se queda sola en una discoteca está pidiendo a gritos que abusen de ella. En algún momento, ante la avanzadilla sexual de los hombres, Cassie les dice que quiere volver a su casa, pero ellos hacen oídos sordos y mantienen su actitud, a pesar de lo reiterado de las palabras de la joven.

Pero este imaginario abunda también en el inconsciente femenino, como podemos observar en la persona de la decana de la Facultad de Medicina, que no hizo absolutamente nada para denunciar a los jóvenes que abusaron de Nina, la amiga de Cassie cuyo suicidio está en el origen de su compulsión por aleccionar a los hombres en su condición de acosadores.

Años atrás, Nina fue violada por un grupo de compañeros de su facultad durante una fiesta de graduación, cuando estaba borracha y era una prometedora estudiante de Medicina. La violación fue grabada y difundida, y Nina se suicidó sin que nadie interpusiera una denuncia, y sin que nadie la creyese.

Cuando Cassie la visita, la decana justifica también la violación porque Nina estaba ebria, solo cuando le dice que su hija está en ese momento en un piso con un grupo de estudiantes, también borracha, lo que no es cierto sino que pretende que funcione como una amenaza, la decana reconoce su error.

Cassie es la única que parece identificar la violencia que se ha ejercido hacia su amiga. Ella abandonará su carrera, mientras que todos los chicos involucrados terminan siendo médicos y siendo reconocidos por su comunidad.

Durante los siguientes siete años, Cassie se vengará de los hombres en un ejercicio compulsivo de servirles de espejo a su mezquindad, mostrarles un deseo que no reconoce al otro ni contempla el consentimiento explícito de la mujer, sino que se aprovecha de su fingida borrachera, de su supuesta inconsciencia, de su manifiesta falta de voluntad provocada por el alcohol, para abusar de ella. Estas circunstancias de la mujer, que deberían ser disuasorias e impedir el contacto sexual, sirven de acicate para el deseo de los hombres.

Estéticamente, la película presenta a su protagonista como una heroína de cómic que hace girar su vida alrededor de la venganza. Como señala en sus comentarios sobre el film Sofía Ferrero, las mujeres son cómplices aquí de invisibilizar la violencia hacia otras mujeres. La propia universidad, en la persona de la decana, avala al violador.

Con su guión, la protagonista pretende confrontar a los hombres consigo mismos. Se expone borracha a su mirada, aparentemente como presa fácil, en un argumento repetido y eficaz.

Hacia la mitad de la película, Cassie se enamora de un pediatra aparentemente respetuoso, y la felicidad parece por fin llegar a su vida (la parodia de las comedias románticas es aquí brillante), hasta que una amiga le muestra el vídeo de la violación de Nina y descubre en él que su novio participó también en ese acto de violación grupal como comparsa.

Es entonces cuando lo deja y trama una nueva venganza, en esta ocasión contra el violador de su amiga. Advertimos que haremos spoiler para poder analizar el interesante final.

Cassie se viste de striper y asiste a la despedida de soltero del violador, consigue llevárselo a la cama, lo ata como parte de un juego sexual, y le dice quién es ella y que pretende hacer público el vídeo de la violación de Nina. Angustiado por lo que augura como final de su felicidad, el joven la asfixia, como asfixia el sistema patriarcal a las mujeres, permitiendo el triunfo de los violadores y rompiendo el futuro de las jóvenes prometedoras.

Después, el asesino y su mejor amigo queman el cuerpo de la chica, pero en mitad de la boda, la policía lo apresa porque Cassie ha previsto que si no aparece en unas horas, los agentes abran una documentación incriminatorias que les ha dejado.

Desde el principio de la película la directora nos advierte del continuum que va del acoso y el insulto a las mujeres consideradas “fáciles” hasta el asesinato y el borrado de las huellas del crimen.

En las dos películas de nuestro corpus se muestran dos finales posibles en este proceso de venganza de las mujeres:

Como veremos a continuación, Podría destruirte termina con lo que se supone un triunfo de la creatividad sobre el trauma de la violación, pues la protagonista escribe por fin su novela, y la directora hace su película, puesto que la violación fue un hecho real, acontecido a la propia Michaela Coel. Por el contrario, Una joven prometedora se inscribe en el contexto de una venganza letal, que termina con la vida de la protagonista. Venganza letal que ha sido muy frecuente en alguna películas dirigidas por hombres. La mítica Thelma y Louise (1991), que cumple treinta años este mismo 2021, sanciona la liberación de la mujer con la muerte de las protagonistas, como si autonomía femenina y vida fuesen antónimos.

 

La palabra consentimiento es cuestionada por la filósofa especialista en el tema Genevieve Fraisse, por su ambigüedad, y propone en su lugar acuerdo. Y un acuerdo es al que llegan Michaela Coel, en el papel de la protagonista de Podría destruirte, y su joven amante indio: practicar sexo con condón. Sin embargo, a mitad del acto, cuando el chico la penetra por detrás, este decide quitarse el preservativo y arrojarlo debajo de la cama, sin que su partenaire haya decidido con él ese cambio de su acuerdo previo. Sin su consentimiento. Cuando Arabella Essiuedu, nombre de la chica, se da cuenta de lo que ha ocurrido, ni siquiera se enfada demasiado, solo le exige que le pague la píldora del día después y que la acompañe a la farmacia. Es cuando encuentra en un chat de Internet que esa práctica, al parecer común entre los hombres jóvenes, es considerada abuso sexual, cuando decide vengarse de él denunciando públicamente su acto, y arruinando su carrera de escritor.

Es importante señalar aquí cómo, de nuevo, vemos que Arabella no tiene conciencia de su dominación ni del abuso que sufre cuando el chico se quita el condón sin su consentimiento. Queremos subrayar esta ausencia de límites de las mujeres a la hora de identificar sus deseos, y la facilidad con que se someten al de otros, fruto de una socialización patriarcal que las hace objeto y no sujeto de deseo.

El "stealthing", quitarse el condón sigilosamente y sin consentimiento, es una conducta que en España apenas ha sido sancionada pero que en otros países, como Alemania o Suiza, ya se ha saldado con múltiples condenas.

Pero si un hombre se quita el condón a escondidas durante las relaciones sexuales, pese a que su pareja dio consentimiento expreso para el acto solo si se efectuaba con tal protección, está cometiendo un ataque sexual: esta es la conclusión a la que llegó el Tribunal Regional Superior de Schleswig-Holstein[33] en una de sus sentencias.

El 'stealthing', aunque no está especificado como tal en el Código Penal español, es un delito contra la libertad sexual. Las expertas recuerdan, sin embargo, que la dificultad probatoria que siempre se aplica a la violencia sexual aumenta aún más en estos casos  La "posterior retirada sigilosa del profiláctico se realiza sin consentimiento, lo que atenta contra la indemnidad sexual de la víctima, quien consintió el acto sexual únicamente con las debidas garantías para evitar embarazos no deseados o enfermedades de transmisión sexual", relata la sentencia. Es por eso, defiende el juez, que la retirada unilateral del condón se encuadra en el delito de abuso sexual que sanciona al que "sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona". Para la abogada especializada Carla Vall[34], el uso del preservativo es un elemento "que condiciona el consentimiento de toda la práctica". Por eso, aunque el sexo sea deseado, el hecho de que un hombre rompa sin advertirlo el acuerdo de que las relaciones se mantienen con condón supone una quiebra del consentimiento. "Podría incluso entrar en concurso con un delito de lesiones si hubiera transmisión de alguna enfermedad", apunta. 

De la misma opinión es la abogada Sara Vicente, que habla de un "consentimiento viciado":

El uso del condón es la premisa para tener la relación. Quitarlo sin advertirlo implica un consentimiento viciado tenido ilícitamente. No se le da a la mujer el derecho de autodeterminación sexual que debe haber en toda relación sexual" [35].

 

Arabella ha sido también violada por un desconocido en los aseos de un bar mientras estaba borracha. Los recuerdos intrusivos se le imponen en los momentos posteriores del trauma hasta y, poco a poco, consigue reconstruir la escena e identificar el rostro del agresor. No detendrá su búsqueda hasta encontrarlo en el mismo bar donde la violara. Como si no temiese por su vida, como si su acto fuese impune, en clave también de cómic, la protagonista planeará su venganza, en este caso imaginaria. En una entrevista la directora afirmó lo siguiente:

 

Arabella pasa por una fase de negación. Le cuesta verse como un víctima. Y después minimiza lo que le ha ocurrido. Se repite a si misma: “Hay una guerra en Siria. Hay gente que no tiene smartphones”.

La negación fue un retrato muy fiel de lo que me pasó a mi. Estamos acostumbrados a ver historias en las que son los demás los que no te creen, pero esa no fue mi experiencia. Fui yo la que no me creía a mi misma[36].

 

De nuevo insistimos aquí en ese mecanismo de negación inscrito en el psiquismo femenino, negación de nuestras propias percepciones, emociones y sentimientos que son sustituidos por los del dominador. Es la famosa luz de gas que se observa en el maltrato psicológico, o la persuasión coercitiva, que no son sino síntomas individuales de un sistema de dominación que enseña a las mujeres lo que deben o no sentir en determinadas circunstancias, colonizando su psiquismo.

La serie muestra un abanico de modalidades de abuso/violación que queremos mostrar aquí:

 

- Violación por sumisión química: Arabella es drogada en una discoteca. La violan cuando está prácticamente inconsciente y no puede, por tanto, dar o retirar su consentimiento.

 

- Arabella sufre agresión por quitarse el condón sin permiso en una relación consentida (stealthing) entre Arabella y el chico indio, como ya vimos[37].

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- Agresión por ir más allá de lo que desea uno de los participantes en el acto sexual. En una relación donde hubo sexo previo consentido entre el amigo de Arabella y un encuentro de Grindr, el desconocido lo viola tras una relación consentida. Recordemos que el consentimiento tiene que ser continuo, y puede retirarse en cualquier momento.

En el cine, la retirada de consentimiento se ha representado muchas veces con resultados violentos para la mujer, a la que no se respeta su deseo. Muchas veces, tras el forcejeo, la mujer acaba “aceptando” aparentemente de buena gana la relación, lo que incide en el guión que afirma que las mujeres dicen no cuando quieren decir sí.

 

- Consentimiento viciado o por engaño: dos chicos italianos hacen un trío con Terry, la mejor amiga de Arabella, seduciéndola en un bar mientras fingen que no se conocen. Ella quería realizar un trío con dos desconocidos, pero se siente mal cuando se da cuenta de que ellos se conocían previamente, de que, en definitiva, la han engañado (lo sospecha, pero se lo confirma al final el chico trans con el que se empareja en el último capítulo).

El tiktoker y cantante mallorquín Naim Darrechi ha señalado en un vídeo en el canal del youtuber Mostopapi que ha engañado a muchas chicas para eyacular dentro sin preservativo, método anticonceptivo que el joven tiktoker balear rechaza. Declara en una entrevista con sorna:

"Me gusta mucho con condón. Nunca lo utilizo". Pero un día pensó que era "raro" que nunca "hubiera dejado embarazada" a ninguna de sus parejas en "tantos años".

Así que pensó que "voy a acabar dentro siempre. Sin ningún tipo de problema. Y nunca ha pasado nada. Estoy empezando a pensar que tengo un problema". 

El youtuber que lleva a cabo la entrevista le pregunta entonces si ellas "nunca te dicen nada". La respuesta es "sí... pero, bueno, yo les digo que tranquilas, soy estéril". "Pero, ¿qué dices tío?", señala Mostopapi entre risas. "'¡Es verdad! Tú, tranquila, que yo me he operado para no tener hijos", asegura que les dice.

La huella que deja en redes este mallorquín nacido en 2002 es enorme. Cuenta con 26,8 millones de seguidores en la plataforma tiktok, donde hace vídeos con bailes y bromas. Nos preguntamos qué son para él esas mujeres a las que no duda en engañar, retirándoles el estatuto de sujetos para servirse de ellas de acuerdo a sus preferencias sexuales y sin su consentimiento.

 

Joseph J. Fischel[38] da cuenta en su libro de las complejas relaciones que se establecen entre consentimiento y engaño y se plantea una pregunta de difícil respuesta:

¿Debemos comprometernos a criminalizar todas las variantes de ocultación, engaño y tergiversación, como por ejemplo que un hombre transgénero no divulgue su sexo asignado al nacer? (pag.102).

 

Para las personas transgénero, obtener intencionadamente sexo bajo una condición explícita, como la de  mostrarse ante el otro como un hombre biológico o una mujer biológica, cuando es una persona trans, debería ser para Fischel un ilícito moral, no un delito. A Fischel le parece esta la solución menos mala para resolver el problema del engaño-consentimiento que pueden plantearse en este tipo de situaciones. En cualquier caso, opina el autor, si queremos penalizar el engaño sexual para proteger la autonomía sexual de uno de los participantes en el encuentro, y su derecho a la intimidad sobre su pasado, tendríamos que ampliar los tipos de engaño que vician el consentimiento, y que tradicionalmente en EEUU han sido dos: la tergiversación médica (abusar del paciente con mentiras) y la suplantación de identidad del cónyuge.

Estos matices abren un debate moral que enfrenta el derecho a la intimidad de uno, con la ocultación o el engaño hacia el otro.

Pero, volviendo a nuestra serie, Podría destruirte, no solo Arabella es víctima de distintos tipos de ausencia de consentimiento, también ella misma es desconsiderada con sus amigos, ella misma protagoniza lo que llama “robos de consentimiento”, cuando:

- Encierra a su amigo en una habitación con un chico que cree que puede gustarle, cuando él mismo había afirmado que no quería tener relaciones sexuales con nadie tras la experiencia traumática con el contacto de Grindr que lo violó.

- Sin embargo, poco después, este mismo chico “prueba” si su deseo puede ser heterosexual con una chica con la que tiene relaciones vía Tinder. Cuando finalmente le dice que es gay ella se enfada y lo echa sin admitir sus disculpas ni ninguna reparación. Para la chica no hay perdón, pero ella tampoco ha entendido los gestos previos de rechazo del chico durante su intento de tener sexo, sino que ha insistido y sigue adelante con su deseo sin tomarlos en cuenta.

- En otra ocasión, Arabella se va a Italia a buscar a Biaggio, un romance que mantiene desde su viaje anterior, y cuando sale de la casa a recoger la pizza que ha solicitado para cenar, este le cierra la puerta y la amenaza con una pistola cuando ella insiste en volver a entrar. Arabella no le ha avisado que viene a verlo, se ha introducido en su casa sin permiso, le ha pedido que se haga una prueba de ADN para la policía británica, ha invadido sin su consentimiento su espacio.

 

Cuando la policía cierra el caso, meses después de la denuncia por violación, Arabella empieza a ponerse agresiva y vengativa en las redes sociales, instando a las chicas a denunciar la violencia sexual y el nombre de los violadores. Está hiperactuadora, se graba sin parar para subir a las redes sus videos, mientras el número de sus seguidores crece sin cesar. Hasta que en Halloween, vestida de diablo negro, se desborda, llama a la psicóloga con la que está en tratamiento y esta le pide que pare.

Ahora bien, ¿quién es Arabella? No lo sabe.

Por que, ¿cuál es el nivel de conciencia del dominado?, ¿quién es el sujeto implicado en el mecanismo de la dominación y del consentimiento? En las sociedades del capitalismo financiarizado del neoliberalismo posfordista, el vaciamiento de la subjetividad se sustituye por una identidad imaginaria, una especie de avatar vacío[39]. He llamado hombres y mujeres huecos a estos individuos sin subjetividad, que se sostienen mediante la actuación y la adhesión a las modas y los eslóganes sociales, construyendo una identidad imaginaria bastante homogénea, que huye de la reflexividad y de la construcción creativa de un mundo interior. Arabella es un ejemplo muy interesante de estos sujetos sin subjetividad, hasta el último capítulo de su obra, donde comienza su introspección.

Pero volvamos a nuestra serie, ¿quién es Arabella más allá de sus actuaciones constantes? Cuando Arabella vuelve a casa, la saca de debajo de la cama y mira el interior de la bolsa donde se encuentran las pertenencias que le ha devuelto la policía, encuentra también una ecografía y unas bragas manchadas, pruebas de un aborto que sufrió hace tiempo y que ella ha olvidado. Frente a estos restos, Arabella parece tomar conciencia por fin de su locura, de su huída hacia delante, de su hiperactividad, y empieza a narrar su historia.

Su padre tenía una amante y ella los vio juntos cuando era niña; una amante de la que su madre seguía siendo amiga y a quien todos llaman tía. Arabella empieza a elaborar un relato de ella misma, aunque fragmentario, y también a escribir, por fin, su novela, a medida que construye al mismo tiempo una identidad narrativa que va más allá de su avatar imaginario en las redes sociales, donde se la considera una influencer.

La serie termina con un capítulo en el que se nos ofrecen cuatro finales posibles, que se inician siempre con la misma escena.

Estos cuatro finales diferentes son un canto a la escritura y a la capacidad reparadora de la creación. Parecen fantasías de Arabella, una forma de buscar reparación imaginando distintas soluciones al trauma. Las tres primeras opciones comienzan igual, pero se desarrollan por distintos caminos de venganza, para terminar con la escritura de la novela, a la que le está ayudando el chico indio que se quitó el condón sin su consentimiento, y al que ella denunció en público. Los finales son los siguientes:

 

1.     Arabella, junto con sus dos amigas, mata al violador y lo mete debajo de su cama.

2.     Su amiga Terry tiene un plan. Arabella toma coca para que no le haga efecto la droga que le dará el violador. Cuando ella se enfrenta a él en el baño, él se desmorona, van a casa de Arabella y conversan. David, que se personaliza ahora con nombre propio, le cuenta que él ha violado de distintas formas y que nadie lo trató como ella. Llega la policía y Arabella siente pena de que se lo lleven.

3.     En el bar, Arabella lleva la iniciativa en todo momento con su violador. Lo invita a beber y le dice algo al oído. Van al WC voluntariamente y tienen relaciones sexuales con placer, mostrándose ella activa, encima de él. En su casa, por la mañana siguen juntos. Él le dice, me iré cuando tú me lo digas, y ella le dice: “Vete”. Cuando sale por la puerta, el muerto que estaba bajo la cama en la primera solución virtual, sale con él.

4.     La última posibilidad empieza igual que las opciones anteriores, pero cuando su compañero de piso le pregunta si saldrá esa noche al bar donde fue violada para buscar a quien lo hizo, Arabella le dice que no. Entra en casa, acaba la novela, publica el libro, está reparada. Fin.

 

Hemos de señalar que la representación de las relaciones sexuales que aparecen a lo largo de la serie son siempre machistas: coitales, con actividad del hombre y pasividad de la mujer, muy rápidas, sin preámbulos ni seducción. ¿Por qué ha representado así la sexualidad la directora? Creemos que para dar cuenta de la realidad sexual de la generación millenials desde una perspectiva crítica, dado que al final de las historias de los principales protagonistas hay reparación en todas ellas. Michaela Coel parece apostar por mostrarnos una sexualidad ligada a la afectividad y a la intimidad: su amiga Terry establece una relación romántica con un chico trans que conserva su vagina; el amigo adicto a Grindr encuentra un chico con el que no se va a la cama de inmediato, sino que, ante su sorpresa, le enseña otro tipo de relación no centrada en la sexualidad sino en la convivencia: ven exposiciones, pasean, charlan; el chico indio, por último, que publica con seudónimo femenino desde que Arabella le arruinó la carrera al denunciarlo, la ayuda a terminar su novela en un gesto de reconciliación y reparación por el que admite su culpa.

Ahora bien, ante los múltiples matices y las complejidades que plantea el tema, hemos de preguntarnos:

 

¿Es suficiente la transformación de la cultura de la violación en cultura de consentimiento?

 

A lo largo de los últimas décadas, desde las primeras luchas feministas, las mujeres han ido conquistando progresivamente distintas cuotas de autonomía corporal: reproductiva (anticoncepción y derecho al aborto), estética, médica y, con la ley de eutanasia, el derecho a morir: todas estos logros son ejemplos de dicha autonomía.

Para Genéviéve Fraisse las mujeres han ido ganando poco a poco su autonomía corporal. Desde la revolución copernicana que se produjo con la separación de la sexualidad de la reproducción y el uso generalizado de los métodos anticonceptivos, hasta hoy. Los anticonceptivos fueron un hito en la autonomía personal de las mujeres, que se apropiaron de su cuerpo por primera vez en la historia (Mi cuerpo es mío, era el lema de aquellas lejanas luchas), hasta la autonomía del cuerpo de la mujer antes representado por los hombres, que empiezó a ser representado por ellas mismas; pasando por la autonomía del cuerpo reproductivo y del cuerpo social que significó el MeToo.

Bajo mi punto de vista, la autonomía del deseo será el próximo paso a conquistar. De conseguirlo, se trataría de la auténtica revolución sexual feminista, dado que la primera fue de carácter patriarcal y androcéntrico. Se trata de escapar de la tendencia actual a masculinizar el deseo de las mujeres en una mímesis simplista, mediante una imitación del deseo pornográfico masculino, sino de identificarlo y expresarlo desde la autonomía propia, con sus características ambiguas, sus vacilaciones y sus certezas.

Para Katherine Angel[40] la cultura del consentimiento no es suficiente para conseguir una sexualidad igualitaria y hedónica, ya que hace recaer en la mujer toda la responsabilidad: la mujer tiene que saber lo que quiere y expresarlo abiertamente, y el deseo de las mujeres es escurridizo.

Angel distingue entre un consentimiento del NO es NO, donde el consentimiento se suponía al menos que fuese retirado, y el consentimiento positivo. La idea de que uno propone, el hombre, y otro acepta, la mujer (al menos en las relaciones heterosexuales), implícita en este concepto hizo que se incorporada al discurso de la cultura del consentimiento la noción del consentimiento entusiasta o positivo: Sí es Sí, que considera un cambio importante, ya que con él se empezó a enfatizar el acuerdo y la importancia del sí.

 

El consentimiento positivo requiere una indicación de acuerdo, verbal o no verbal, no forzado, para que un acto sexual no se considere delictivo. Así pues, reconoce la necesidad de cierta contribución mutua e igualitaria entre los participantes, y reconoce la necesidad de respetar las decisiones sexuales de la otra persona (pag. 33).

 

Insiste Angel:

 

No pretendemos tan solo que una mujer acceda a la relación sexual promovida por el hombre, sino que queremos que ella misma la desee, que la excite y que se desenvuelva en la vida con sus propios propósitos y peticiones. A partir de ahí, el consentimiento positivo se transforma en algo más ambicioso: en deseo, placer, entusiasmo, optimismo (pag. 45).

 

El discurso del consentimiento supone para esta autora la idealización de la mujer como un sujeto sexual que conoce lo que quiere y lo expresa directa y claramente; un sujeto  que rechaza su propia vulnerabilidad y reivindica su invulnerabilidad para mantener esa vulnerabilidad a raya. Se idealiza entonces aquí a un sujeto neoliberal que sabe lo que quiere. Angel llama feminismo de la confianza a quienes sostienen esta posición y niegan la vulnerabilidad de las mujeres, y denuncia cómo debajo de esta posición puede esconderse la norma patriarcal de hacer a las mujeres responsables de la violencia de los otros.

Endurecerse para protegerse es una respuesta común a la amenaza que el sexo representa para muchas mujeres. En la cultura del consentimiento se espera que el trabajo individual sobre una misma repelerá la violencia sexual, individualizando la cultura de la violación[41]. Sin embargo, lo más común es que la mujer no sepa siempre lo que quiere. La retórica del consentimiento implica que el deseo está ahí, a la espera, perfectamente formado en nuestro interior, listo para que lo saquemos a flote, continúa la autora. Pero no tendríamos por qué conocernos a nosotras mismas  para estar a salvo de la violencia, habría que articular una ética sexual que no pretenda eliminar la incertidumbre del sexo[42] .

Además, como se confirma en los trabajos de Judith Duportail,[43] Eva Illouz[44] o Tamara Tanembaum[45], la mujer puede que busque algo más que el sexo; un encuentro que le procure la sensación de cercanía, intimidad, fusión, quizás una especie de abandono del yo en el otro, mientras que la sexualidad patriarcal, y mucho más la sexualidad pornográfica de nuestros días, el consumo de usar y tirar que implica el modelo Tinder se vive en un contexto que impide o dificulta la aparición del deseo femenino, la confianza y la intimidad.

Así pues, el consentimiento positivo o entusiasta no eliminará los desequilibrios de poder que operan en nuestras interacciones individualizando la desigualdad.

 Entonces, el peso de una ética sexual igualitaria no solo debe descansar en el consentimiento, sino en la conversación, la exploración mutua, la curiosidad, la incertidumbre. Todo ello estigmatizado en la masculinidad tradicional y ausente de la educación sexual de nuestros jóvenes.

 

En su libro Screw Consent: A better Politics of Sexual justice, Josepth J. Fischel[46] apuesta por la necesidad de introducir la cultura del consentimiento en las leyes para ir mucho más lejos del consentimiento y crear una educación sexual igualitaria, feminista y más democráticamente hedónica.

Puesto que el consentimiento no garantiza el deseo ni el placer, ni el buen sexo; puesto que se corre el riesgo de producirse una “escalada burocrática del sexo”, la comunicación, la conversación entre la pareja, son centrales para conseguir una relación igualitaria. Sin embargo, para Fischel los principales problemas en relación con la violencia, el acoso y la discriminación sexual son:

            Que los incidentes siguen sin denunciarse en su mayor parte; que se sigue sin creer a las mujeres; que los estudiantes acusados rara vez son expulsados por violar las políticas de conducta sexual de sus universidades; que la policía, los fiscales y los médicos forenses desatiendan habitualmente las denuncias de las víctimas o las disuadan de presentar cargos; que las tasas de arresto, las tasas de condena y las penas por delitos sexuales sigan estando tan profundamente racializadas; y que la violencia sexual, el acoso y la discriminación sean una epidemia (pag. 11).

 

Detrás del acto sexual concreto y de la conducta sexual concreta, ambos consentidos, existe un sistema de desigualdades profundo con efectos asimétricos para uno y otro sexo. La desigualdad sexual socava la voluntariedad de las decisiones sexuales de las mujeres, que a menudo consienten para no contrariar los deseos de los hombres, llevadas a ello por una socialización que les enseña a identificar el deseo masculino y obviar el suyo propio, y por la naturaleza mimética y escurridiza del deseo. René Girard [47], y todo el psicoanálisis, han mostrado el carácter imitativo del deseo, que nunca se desarrolla ex –nihilo, sino a partir de los mediadores del deseo, que en la actualidad son las redes sociales. Cabe preguntarse si en la generación millenials, educada en la imitación de modelos pornográficos, el deseo podrá circular por otras vías que no sean la exhibición, la mercantilización del cuerpo, la superficialidad de la relación y la violencia del encuentro. Queremos pensar con optimismo, aunque sin caer en esencialismos fáciles, que sí.

El consentimiento de las mujeres no garantiza en el mundo real su libertad ni su igualdad, ni mucho menos su placer, ya que su consentimiento puede ser forzado y manipulado en un contexto donde el saber sobre el sexo de las mujeres ha sido escrito por los hombres.

 

Por supuesto, los problemas de desigualdad, intimidación y coerción sexual, las normas de dominación masculina y sumisión femenina, la desconsideración colectiva de la agencia y los deseos sexuales de las mujeres, se abordan mejor con leyes sobre el consentimiento, pero sobre todo a través de una transformación social, de un extenso debate político, de iniciativas concretas de salud pública, de intervenciones educativas, de producciones artísticas y de la colaboración creativa entre los distintos grupos de la comunidad.
La educación y la comunicación son las raíces del problema, tal y como también opinan Fischer y  Angel.

 

No obstante…

 

En nuestras sociedades, la escalada de violencia sexual y de ceguera a los deseos de las mujeres se incrementa. La violencia de las relaciones sexuales es una consecuencia de la educación pornográfica, y de una pornografía centrada en el ascenso de la denigración del cuerpo de la mujer y en el uso para la excitación del hombre del ejercicio de la dominación femenina; una pornografía que necesita aumentar sus dosis de violencia para obtener los mismos resultados de excitación.

Chicos y chicas se sumergen tempranamente en el visionado de pornografía a partir de los nueve años, confundiendo la sexualidad real con la de las pantallasn, que le servirá de modelo.

La educación sexual actual es, pues, eminentemente pornográfica, cosifica a la mujer, es coital, y excluye la intimidad y la conversación. Y el modo de encuentro sexual es el Modelo Tinder, rápido, mercantilizado, un catálogo de parejas de usar y tirar, que omite el tiempo para generar confianza y, por tanto, intimidad.

Es este modelo de uso del otro el que requerirá cada vez más leyes para obtener consentimiento, porque prescinde del encuentro intersubjetivo y convierte la relación en un intercambio mercantil sujeto a un contrato que prevenga o evite el abuso.

Este estado de cosas va en sentido opuesto a la cultura del consentimiento y camina en la misma dirección que la cultura de la violación.

De ahí que determinados autores y autoras empiecen a hablar de que abordar las situaciones de ligue, de citas, sin expectativas de que haya sexo. Algunas ensayistas advierten sobre estos hechos y proponen recuperar rituales de cortejo donde el sexo sea secundario, como sucede al final de Podría destruirte con el último compañero del amigo de Arabella que encuentra un hombre que parece dispuesto a enseñarle a disfrutar de la intimidad y la compañía humanas en primer lugar, y no priorizando el sexo.

Películas muy recientes como Nomadland (Chloé Zhao, 2020) o En un lugar salvaje (Robin Wright, 2021), muestran de forma muy explícita relaciones hombre-mujer exclusivamente de camaradería y apoyo mutuo, donde no se da amor romántico alguno, ni sexo, sino solo amistad. Curiosamente ambas películas están dirigidas por dos mujeres. Se trata de un camino interesante para salir del presupuesto de la sexualidad obligatoria de la cultura de la violación y mostrar una posibilidad poco representada de las relaciones entre las personas y, sobre todo, entre personas heterosexuales.

Mientras tanto, mientras intentamos salir del estrecho marco que la cultura afectivo-sexual mercantilizada nos impone, el consentimiento puede ser un primer paso, ya que negociar el consentimiento supone una serie de requisitos imprescindibles para respetar la autonomía personal de quienes están implicados en una relación, y fuerza al reconocimiento del otro como sujeto, a la percepción del daño que puede infligírsele, al acatamiento de la voluntad ajena.

Negociar el consentimiento requiere:

- En primer lugar, conocerse a uno mismo y preguntarse si quiere o no una determinada situación. Si bien, como ya señalamos, el reconocimiento de nuestros deseos no es fácil para las mujeres, que acceden al sexo por otros motivos que no es el deseo sexual, entre ellos el de satisfacer a la pareja, la presión social, estar dentro del mercado, afirmarse, aumentar su autoestima mediante el sentimiento de ser deseadas.

En menor media, también los hombres pueden verse presionados a disponer siempre de un deseo imperioso, porque es lo que se espera de ellos según los presupuestos de la masculinidad hegemónica.

 

- La cultura del consentimiento exige preguntar al otro. Como hemos reiterado, el consentimiento requiere comunicación, atención y respeto por las parejas sexuales como seres humanos, un reconocimiento intersubjetivo que la mercantilización de las relaciones, donde el otro es una mera función, está obstaculizando.

 

- Es preciso aprender a pedir el consentimiento y escuchar la respuesta. Aprender a darlo de muchas formas y a ser receptivo a los signos del NO. Es importante no generar violencia o intimidación si somos los receptores de ese NO. Las mujeres están socializadas en el mantenimiento de los vínculos y la evitación de los conflictos, por tanto, pueden otorgar consentimiento si temen la respuesta agresiva del hombre.

Además, el consentimiento puede retirarse en cualquier momento, dado que podemos cambiar de opinión. No olvidemos que a las jóvenes que consentían un acercamiento, pero se negaban en algún momento de la relación a continuar con ella se les llamaba calientapollas. Según la RAE:

1.      m. y f. malson. coloq. Persona que excita sexualmente a un hombre sin intención de satisfacerlo.

 

La socialización patriarcal de las mujeres las hace muy sensibles a la dificultad de decir NO para no herir los sentimientos de los demás, por lo que pueden comunicar su negativa de forma menos directa, ya que la negativa directa se considera un modo de comunicación masculino.

La escritora Vanessa Springora confiesa que: “Estuve muy confundida durante mucho tiempo sobre a quién pertenecía mi cuerpo”, “Me sentía como una muñeca carente de todo deseo que no tenía ni idea de cómo funcionaba su propio cuerpo, que solo había aprendido una cosa: a ser un instrumento para los juegos de los demás”.

Melissa Febos, en su libro Girlhood, llevado al cine por Céline Sciamma en 2014, escribe: “Si alguien quería mi cuerpo, tendía a dárselo”.

Las confesiones de Springora y Febos no son sino el reflejo de la socialización de las mujeres en la sociedad patriarcal. No se trata de casos aislados.

En este sentido, la comunidad de fanfiction ha inventado una palabra para las zonas grises del consentimiento, dubcon, consentimiento dudoso, una zona donde la introyección del poder puede hacer que las decisiones individuales no sean todo lo libres que se requiere en situaciones de asimetría. El consentimiento puede actuar como un escaparate de legitimidad que esconde asimetrías más profundas.

Por otra parte, ¿puede un personaje totalmente dependiente económicamente de su pareja decir NO? El MeToo nos ha mostrado experiencias atravesadas por la desigualdad de poder donde el consentimiento estaba viciado de antemano, de ahí que sea necesario ir más allá del encuentro consentido singular, para apuntar a la cultura patriarcal en su conjunto, y a las desigualdades estructurales entre hombres y mujeres que ya identificara el feminismo radical.

 

¿Podría, entonces, destruirte?, ¿podría destruir el trauma con la creación?

 

En la serie de Michaela Coel la salida creativa se muestra como una elaboración lograda del trauma de la violación. Sin embargo…

Sandor Ferenzci [48] nos enseñó cómo el trauma consiste, entre otras circunstancias, en la imposición al sujeto, por distintos medios de violencia (simbólica o física) de una realidad psíquica ajena que desconoce sus propias necesidades, sentimientos y percepciones. La imposición de la desmentida por el Otro significativo es un elemento esencial en este desconocimiento. La persuasión coercitiva, la construcción de una interpretación que eleva a única verdad la mirada del agresor, es una forma de violencia traumática, tan difícil de erradicar como el procedimiento llamado luz de gas, la manipulación sistemática y sutil de la mujer hasta hacerla dudar de sus propias percepciones, a favor de los intereses del manipulador.

La desmentida, no es tal y como tú lo ves o lo crees, impuesta por quienes detentan el poder de significar las experiencias está en el origen del trauma, dado que muchas veces el abusador mismo refuerza la confusión de la víctima, que se siente dividida entre culpabilidad e inocencia a la vez, hasta que la confianza en su percepción propia queda quebrantada.

Esta desmentida fuerza la escisión como defensa. Ferenzci habla de una escisión narcisista del Yo, una fragmentación o atomización que conlleva la pérdida del sentimiento del sí mismo, y la incapacidad de discriminar entre percepción y proyección. En estas circunstancias, identificar el deseo propio se hace imposible, y en su lugar aparece el malestar impreciso y la angustia.

La película de Icíar Bollaín, Te doy mis ojos, toma su nombre de esta apropiación de la experiencia de la víctima, que acaba confundida y sin poder afirmarse en sus propias percepciones, en una especie de secuestro del yo muy difícil de corregir aunque se ponga fin al maltrato.

Todo lo anterior, que expone Ferenzci respecto al trauma sufrido por los niños abusados por adultos, puede ser aplicado, en sentido estricto, al sistema de dominación patriarcal. De forma que podríamos afirmar que el patriarcado, la dominación masculina, con la heterodesignación consecuente, comporta un efecto traumático generalizado sobre las mujeres. La falta de reconocimiento intersubjetivo y la implantación del discurso patriarcal en ellas, suplantando sus propias percepciones y experiencias, tiene enormes consecuencias traumáticas de desubjetivación. La hipersensibilidad a las reacciones del otro en las que las mujeres son educadas (la identidad relacional de la que habla Almudena Hernando[49]), las lleva a “captar al otro” en matices apenas perceptibles, como una necesidad defensiva de supervivencia, y las hacen sensibles a sus reacciones inconscientes más sutiles, obligándolas al olvido de sí mismas.

Por otra parte, hoy sabemos que la memoria traumática no se olvida sino que se repite, no puede ser destruida en su totalidad, sino que se manifiesta en forma de recuerdos intrusivos y reminiscencias, y sus efectos son para siempre.

Como han demostrado distintos estudios, y la experiencia de las personas traumatizadas en conflictos bélicos y en violaciones, las reminiscencias serán constantes, la inhibición hará su presencia junto al miedo, la formación reactiva y las defensas más primitivas. La negación o el olvido, la escisión, la hipersexualización como forma de relación prioritaria, se activarán para ayudar a sobrevivir tras el trauma.

En la película Precious, dirigida por Lea Daniels en 2009 , la protagonista, violada por su padre y abusada por su madre, imagina durante esos actos que la degradan y destruyen que es una cantante espléndida, y se visualiza disociativamente en un luminoso escenario que la saca de la sordidez de su vida familiar incestuosa, mientras deja su cuerpo inerme en manos de los abusadores. Un ejemplo claro de esa disociación que aparece como mecanismo de defensa prioritario en los acontecimientos traumáticos. James Rhodes[50] ha descrito también este mecanismo primitivo como defensa del trauma en su libro Instrumental.

La memoria traumática no se borra, insistimos. A pesar de que se elabore el trauma con la creación como sucede en la serie que hemos comentado; a pesar de que se establezca una conversación con otras personas traumatizadas en grupos de autoayuda, o se siga tratamiento individualmente, el trauma dejará huellas imborrables en el psiquismo de la víctima.

Es por ello que hemos de apostar por la prevención a través de una educación sexual antipornográfica, hemos de apostar por volver a unir sexualidad y afectividad como sostienen Judith Duportail, Eva Illouz o Tamara Tenembaum en sus respectivos ensayos.


Por último, ¿cómo cambiar la cultura de la violación en cultura del consentimiento?

Brevemente, a modo de propuestas:

- Proponiendo cambios legales, de manera que se contemple que aunque no haya violencia, ni resistencia física de la víctima, el acto se considere violación.

- Formando a los profesionales, educadores, jueces, policías, trabajadores sociales en la cultura del consentimiento.

- Apostando por cambios culturales:

            * Ampliar el consentimiento más allá de las relaciones sexuales, educando en el respeto al otro, y la atención a los matices emocionales del otro.

            * Desmantelar el discurso de poder que apuntala la cultura de la violación.

            * Cuestionar los roles tradicionales de género dominantes y borrar la socialización en la masculinidad y la feminidad hegemónicas.

            * Extender la educación sexual y social sobre la autonomía corporal y la calidad de las relaciones humanas, enseñando a identificar el deseo y sus vaivenes.

            * Identificar los sesgos de género en la socialización de los niños y las niñas.           

            * Respetar las opciones sexuales: contemplar la asexualidad y la disminución del deseo sexual como una realidad de lo humano.

            * Examinar la cultura popular y quién la produce.

* Es preciso extender la cultura del consentimiento a nuestra relación con el mundo: en un mundo donde las relaciones interpersonales son mercantilizadas, recuperar el reconocimiento del otro y el respeto es una necesidad imperiosa.

 

* Es necesario complicar la conversación sobre el consentimiento: aprender a escuchar un Tal vez, no solo un sí o un no. Atender a los estados emocionales de los otros, no solo en la sexualidad a los hombres a percibir esos matices.

 

 

Y lo más importante, luchar por una revolución sexual pendiente, que reivindique el derecho a decir NO de las mujeres. Una revolución que instaure por fin la autonomía del deseo de la mujer más allá de las desigualdades.

 

Puntos suspensivos…

 

Es necesario, pues, admitir que el consentimiento no es suficiente si no hay simetría e igualdad. En España se ha aprobado este año la ley Sí es Sí, el llamado consentimiento afirmativo, sin que por eso se eviten los problemas que hemos señalado aquí.

Como señala Geneviéve Fraisse, las contradicciones entre la mayoría de edad (civil a los 18 años, penal a los 13 años –en Francia-, sexual para la práctica heterosexual a los 15 años), dicen mucho sobre las dudas de una sociedad para evaluar el consentimiento de un niño. Lo mismo sucede en otros países de Europa. El consentimiento es sutil, y requiere una aproximación detenida, es por ello que proponemos una ética del consentimiento que reconozca los derechos de los individuos sobre sus cuerpos, y la protección de la vida privada y la esfera de la intimidad, ambas en peligro en el capitalismo numérico de la hipervisibilidad que hemos referido.

Una nueva revolución sexual está pendiente. Una revolución no androcéntrica como lo fue la de los años 60, sino democrática e igualitaria, respetuosa con el deseo de las mujeres sin subordinarlo al de los varones, la revolución de la autonomía del deseo de la mujer.

Para ello, hemos de detener la masculinización de la representación de la mujer en el cine. La violencia sexual que se incrementa con la educación pornográfica, y llevar a las escuelas el pensamiento crítico, capaz de desmontar los mitos que se esconden en la cultura de la violación y sus representaciones.

Hemos de apostar por la mediación, las leyes igualitarias, la justicia restaurativa o transformadora.

Hemos de educar, en fin, en una cultura sexual igualitaria que vaya más allá del simple Sí es Sí, que hace recaer la responsabilidad de nuevo en las mujeres.

 

Por último, queremos advertir del carácter non finito de esta aproximación, a la que volveremos en lo sucesivo para ampliarla y matizarla, contribuyendo en la medida de lo posible a un debate que creemos central en las relaciones entre los seres humanos.

 

 



[1] Este texto corresponde a la ponencia que presenté el 15 de julio de 2021 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, dentro del cursote verano: Salud mental y otras formas de ficción. Relatos para sobrevivir, organizado por la Fundación Manantial.

Se trata de un trabajo en proceso, sobre el que espero volver en más de una ocasión, y así espero que lo entiendan los lectores.

[2] A generation of Thinkers grapples with Notions of Consent, Parul Sehgal, The New York, 21 junio 2021.

[3] Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, https://rm.coe.int/1680462543

[4] Para Rousseau (El contrato social, 1762) el contrato social es el acuerdo por el que se admiten las normas de una sociedad, es un pacto social para vivir en sociedad que se acepta implícita y explícitamente, forman parte de él los derechos y los deberes que se admiten como miembros de una sociedad determinada.

[5] Kososvky Sedwick, Eve, Between Men, Columbia University Press, New York, 1985.

[7] Wikipedia.

[9] Profamilia (autor),  Geisler, Dasmar (ilustradora), Mi cuerpo es mío, editorial Juventud, España, 2015.

[10] Popova, Milena, Sexual Consent, The Miss prest, Cambridge, Massachussets, Londres, Inglaterra, 2019

[11] Angel, Catherine, El buen sexo mañana, Alpha Decay, Barcelona, 2021, p. 124

[12] Annie, Ernaux, Memoria de chica, Cabaret Voltaire, Madrid, 2016.

[13] Ferrero, Laura, La gente no existe, Alfaguara, Madrid, 2021.

[14] Fraisse, Geneviève, Du consentement, Editions de Seuíl, París, 2007, p. 18.

[17] La página Xhamster asegura a EL ESPAÑOL que el incremento de búsquedas del vídeo del abuso sexual cometido en Pamplona en 2016 en su página erótica es "preocupante". La página Xvideos (otro de los tres portales pornográficos más grandes del mundo) también registró el tag “La Manada” en el primer lugar de las búsquedas. https://www.elespanol.com/reportajes/20180504/grandes-porno-advierte-cientos-espanoles-buscan-manada/304719560_0.html

 

[18] Jean Xavier Lestrade, miniserie, basada en hechos reales, Francia, 2019.

[19] Milena Popova, obra citada, p. 25

[20] López Mondéjar, Lola, Cada noche, cada noche, Siruela, Madrid, 2016.

[24] Solnit, Rebecca, Los hombres me explican cosas, Capitán Swing, Madrid, 2016.

[25] Ubieto, José Ramón, Pérez Álvarez, Marino, Niñ@s hiper: infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas, NED, Barcelona, 2018.

[26] Illouz, Eva, El fin del amor, Katz ediciones, Buenos Aires, 2021. Para una síntesis de las principales tesis de la autora, puede consultarse mi reseña sobre el libro publicada en Los diablos azules, Infolibre, https://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2021/02/05/una_sociologia_las_relaciones_negativas_116276_1821.html

[30] BDSM” es un término creado en 1990 para abarcar un grupo de prácticas y fantasías eróticas, cuyas siglas significan: Bondage; Disciplina y Dominación; Sumisión y Sadismo; y Masoquismo.

[31] Springora, Vanessa, El consentimiento, Lumen, Barcelona, 2021.

[32] https://www.instagram.com/p/CLfPkQwgrFk/. Sofiabari comenta Una joven prometedora.

 

 

[37] Recientemente, un juzgado de Sevilla condenó a un chico a cuatro años de prisión por no usar preservativo en una relación sin avisar, provocando una enfermedad venérea a la chica, y haciéndole pensar a ella que se lo estaba poniendo. Es la segunda condena que ha habido en España por el llamado stealthing

[38] Josepth J. Fischel, Screw Consent: A Better Politics of Sexual justice, University of California Press, 2018

 

[39] A describir este tipo de identidad dedico un libro de ensayo que aparecerá en el primer semestre de 2022.

[40] Katherine, Angel, El buen sexo mañana. Mujer y deseo en la era del consentimiento, Alpha Decay, 2021.

[41] Angel, obra citada, p. 54.

[42] Angel, obra citada, p. 67.

[43] Duportail,Judith, El algoritmo del amor. Un viaje a las entrañas de Tinder, Contra, Barcelona, 2019.

[44] Illouz, Eva, El fin del amor, Katz, Buenos Aires, 2021.

[45] Tanembaum, Tamara, El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI, Seix Barral, Barcelona, 2020.

[46] Obra citada.

[47] Girard, René, Mentira romántica y verdad novelesca, disponible en Lecturalandia.com

[48] El concepto de trauma según diferentes autores psicoanalíticos, Psicoanálisis APdeBA –Vol. XXVII –Nº1 /2 -2005. [En línea]

[49] Hernando, Almudena, La fantasía de individualidad. Sobre la construcción socio-histórica del sujeto moderno, Katz, Argentina, 2013.

[50] Rhodes, James, Instrumental, memorias de música, medicina y locura, Brakie Books, Barcelona, 2014.

 

 

 

 

 

 

 


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2 Comentarios

  1. He leído la muy interesante y clarificadora ponencia de López Mondéjar.
    Solo dos observaciones: una, que la película que nombra como "Bryde Runner" en realidad se titulaba originalmente "Blade Runner", y dos: que descontando una rapidísima mención de la Biblia, no hay la más mínima referencia a la sólida influencia que la religión cristiana tiene en el desgraciado hecho ni a los miles y miles de casos en que sacerdotes -católicos la mayoría- han cometido abusos sexuales incluso con niños deficientes mentales. ¿A qué se debe este olvido, Dra.?

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    1. Muchas gracias, José Manuel, por esa corrección. Es imperdonable mi error. No cito la Biblia, ni la Iglesia católica ni tantas otras cosas que no puedo abordar en una conferencia ya demasiado larga. Pero estoy de acuerdo contigo en que la Iglesia católica no se caracterizó nunca por defender el consentimiento. De hecho el débito conyugal es una expresión de la dominación de los hombres sobre mujeres, como el abuso lo es sobre los niños. Gracias por tu comentario.

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