Tiene 39 años y decide aceptar la propuesta de matrimonio de un maestro errante berlinés, al que despiden por participar en una revuelta antisemita incendiada a partir de un escrito contra los judíos firmado por Richard Wagner. Su hermano ha tirado la toalla, prefiere el caminante y su sombra, dietas ascéticas y cabras de los Alpes, a poder ser en compañía de la rusa. ¡Allá él! Elisabeth resiste.

“―Ingrid, el coche, que se acerque a la puerta. Ayúdeme con el abrigo… ¿Está bien la cola?

―Sí, señora.

―¿Y el sombrero? No, ladeado no. Recto.

―Sí, señora.

―No soy ninguna jovencita. Y esas modas vienen de fuera, de Francia, o lo que es peor, de Rusia. Nunca nada bueno desde Tolstói ha venido de Rusia… Ayúdeme con las escaleras… El té siempre preparado, no sabe una con quién volverá de la ópera.”

         Con su recién estrenado marido se va a Paraguay a fundar una colonia aria, Nueva Germania, que todavía existe hoy.

Allí también duermen monstruos. La tierra es difícil de delimitar, compiten con rabiosos jesuitas expulsados, con predicadores evangélicos fervorosos, con anarquistas australianos sin... bueno, anarquistas. Con mosquitos, mapas imprecisos, títulos duplicados, dinero que no llega, colonos que aspiran a terratenientes, no a campesinos. Hay que arar, deforestar, segar, quemar, herrar, domar y despellejar animales. Los sastres de Dresde o los ebanistas de Ámsterdam se arrancan larvas de insectos de debajo de la piel. Sus mujeres no pegan ojo. Las deudas crecen. Pocos meses después, el marido mesías se suicida. O por lo menos, fallece. Elisabeth se queda sola otra vez.

“El coche avanzó lento los últimos cien metros entre el pasillo de personas que se había formado. Muchos se inclinaban para ver quién iba dentro y la mayoría lanzaba un saludo, a lo que Elisabeth respondía disciplinada. Los niños seguían el coche y algunos intentaban subirse al pescante. Unos dedos pequeños y sucios se agarraron de repente a la ventanilla. Elisabeth les pegó un golpe con Noventa y cinco tesis y sermones seleccionados de Martín Lutero y una niña cayó rodando sobre la cuneta.”

De nuevo se repite en voz alta cómo se llega a ser lo que se es. Regresa a Alemania bajo el pretexto de un telegrama pactado para cuidar de su hermano, tan enfermo como idolatrado.

En estos últimos años Friedrich, torturado por dolores de cabeza y pérdida de movilidad, ha perdido mucho “face”, pero ha ganado mucho “book”. Arrastra tras de sí una academia de intelectuales y hasta grupos sociales de fans, que quieren, si no hablar con él porque ya apenas se le entiende, verlo, tocarlo, hacerse una foto con él, conseguir su autógrafo. Elisabeth se da cuenta, hasta cierto punto al menos, del valor intelectual de la obra de su hermano. Y, sobre todo, de su potencial económico. Crea un archivo para tener control legal sobre sus escritos y recibir donaciones. Promociona la marca Nietzsche, incluidos bustos, sellos y una pequeña escultura de Nietzsche en silla de ruedas. Celebra sesiones de lectura, alguna con acceso al autor, protegido en su torreón. Controlado.

Conversación a conversación, relato a relato, libro a libro Elisabeth vuelve a escalar por las cuestas de la alta sociedad europea. En contra de las promesas a su hermano sobre su lecho de muerte, convierte el entierro de Friedrich en un acontecimiento social. Cambia sus invitados favoritos a medida que evoluciona la cuota de poder de los mismos, desde financieros judíos suecos a altos cargos del reciente partido nazi. Aspira al Nobel de Literatura hasta en cinco ocasiones. Archiva, traduce, recupera. Corta, tacha, pega, quema, altera. Lo que sea necesario en aras de su nueva misión vital. Porque Elisabeth resiste. Elisabeth siempre sobrevive. Libertad de voluntad y hado.

“Si mi hermano levantara la cabeza, mi líder… Si mi hermano levantara la cabeza… Sentiría que la misión de su vida se ha cumplido y que por fin puede descansar en paz.

Elisabeth recordó cómo había vivido esta escena en sus sueños.

Volvió a buscar los ojos oscuros, firmes, masculinos. Su boca pequeña, como una línea subrayando el final de su cara. Agradeció no tener los guantes puestos para así tocar su piel.

(...)

Las luces se apagaron por fin y las SS abandonaron el salón. La gente volvía a respirar y susurrar.

―Es más bajo, Hitler, de lo que creía.

―Sí lo es, Richard. Sí lo es.

El telón se levantó por fin.”

 

 

 

*Los textos en negrita proceden de Nacidos después de muertos, que narra de forma novelada la vida de Elisabeth Nietzsche y está publicado en Rasmia Ediciones 2021, Zaragoza. www.rasmiaediciones.com

**El primer capítulo de Nacidos después de muertos se puede descargar gratis en www.bequesada.com

***Este artículo ensarta, a modo de juego, nueve títulos de obras de Nietzsche.

 

 



De la fotografía: Roland Schmid www.schmidfoto.de 

 

Begoña Quesada es autora de Alemania, el país imprescindible (Ediciones Nobel) sobre los inicios de una nueva vida en tierras germanas. Con El hombre sin pasos ha sido finalista del Premio Felipe Trigo 2017. Colabora con ViceVersa Mag NYC y otros medios.

En vidas paralelas y anteriores, ha sido corresponsal en Madrid, Londres y Nueva York, profesora de universidad y jefa de comunicación diplomática. Ha estado en 143 países, entre otras cosas para escribir sobre llegadas en patera, cosechas de café y conflictos civiles, así como para asistir a reuniones con presidentes, príncipes, ministros, cooperantes, escritores, historiadores y científicos.

 Tiene un doctorado en Relaciones Internacionales y un máster por la Universidad de Columbia con una beca Fulbright. Ahora vive en Múnich con su familia.