La historia está de moda, lo cual no es nada bueno para la historia, para la disciplina histórica, para esa rama de la investigación que pretende aportar su grano de arena con metodología científica al vasto edificio del conocimiento humano. Ciencia y moda no suelen avenirse.

            Una de las personas que se enfrentó a las corrientes dominantes del pensamiento y de la política, que se situó frente a la pereza mental y a los vicios intelectuales que provoca y que por tanto amplió los horizontes del conocimiento fue el historiador británico Edward Hallet Carr, fallecido hace ya casi cuarenta años, cuyos escritos siguen siendo hoy día guía y luz en el oscuro túnel que conduce al saber.

            E. H. Carr dirigió sus investigaciones preferentemente a la cultura y la historia de Rusia, la soviética y la presoviética. Quizá la cumbre de toda su obra fue "Historia de la Rusia soviética",  catorce volúmenes (en España se publicó en ocho por la editorial Alianza entre los años 1974 y 1978) que trazaban una panorámica de la revolución comunista entre los años 1917 y 1929.

            En 1980 E.H. Carr publicó una recopilación de recensiones historiográficas sobre diferentes estudios de diversos autores coetáneos que abordaban directa o indirectamente la historia de Rusia. Su título en España fue "De Napoleón a Stalin y otros estudios de historia contemporánea", editada por Crítica en 1983 en una excelente traducción, de esas que por desgracia ya no se ven como resultado entre otras cosas de un sistema educativo que viene expulsando de sus aulas desde hace tiempo el idioma español.

            Podría pensarse que un libro de reseñas bibliográficas escritas en los años cincuenta, sesenta y setenta, publicado hace más de cuatro décadas carecería de interés, o por lo menos del interés que pudo tener en el momento en que nacieron dichos textos. Más aún un libro que se centra principalmente en estudios sobre un sistema político, el comunista, y un país, la Unión Soviética que, al parecer, según el decir de muchos, fracasaron estrepitosamente.

            Pero como bien enseña la ciencia, es decir, la vida misma, las apariencias engañan. El lector encontrará en esta recopilación de Carr más de una sorpresa, agradable, por supuesto. En primer lugar hallará un excelente escritor de prosa limpia y clara, de estilo ordenado y didáctico que nos introduce en los temas de cada uno de los libros comentados de manera tal que nuestro interés se despierta desde el primer párrafo, con un rigor por otra parte que no es más que la consecuencia del extremo respeto hacia la disciplina que cultiva y hacia el destinatario de su trabajo: el lector, es decir, la sociedad misma. Cada recensión se convierte así en un pequeño ensayo sobre el asunto tratado por cada uno de los libros reseñados, siempre en órbita más o menos cercana a la historia de Rusia y de la URSS, la cual es recorrida desde los tiempos de los decembristas hasta mediados de los años 70 del siglo XX, época esta última abordada en una excelente entrevista que concedió Carr en 1978 a la New Left Review (Revista de la Nueva Izquierda) y que se convierte en el broche de oro de este opúsculo más que brillante.

            Pero la sorpresa más destacada y ciertamente agradable es la validez, después de tantos años, de las reflexiones, opiniones, puntos de vista y perspectiva histórica en que se sitúa E. H. Carr. Los dictámenes, pareceres y criterios del que fuera diplomático de carrera y subdirector del Times, están aún más que vigentes y nos pueden dar luz no solo sobre el pasado de Rusia y de la URSS sino sobre el presente de esa región del planeta y de la realidad del mundo actual. Algunos de los aspectos más admirables de los juicios del historiador británico son la absoluta radicalidad de los mismos, la falta de cualquier tipo de prejuicio político, el desprecio de la corrección política (un tipo de censura que comenzaba a enseñar las orejas en Europa hace cuarenta años y que ya llevaba una no corta trayectoria en EE.UU.) o la elusión de la histeria política provocada por la Guerra Fría, fruto todo ello del rechazo a cualquier presupuesto no fundamentado en la investigación rigurosa.

            Así, nos podemos encontrar con valoraciones sobre diversos temas que hoy serían calificadas por la pacatez de nuestra "clase intelectual dominante" simplemente de totalitarias, o en el mejor de los casos de extremistas, si no tratadas indulgentemente como las típicas excentricidades británicas. Nos topamos con una firme y argumentada defensa del legado de la Revolución Soviética y de la propia Unión Soviética, y en particular de la figura de Lenin; con la explicación de los orígenes y de las causas de la colectivización forzosa del agro soviético, con un rechazo tajante y agrio del Eurocomunismo de los años setenta, con una defensa de los historiadores motejados de estalinistas en plena caza de brujas por el simple hecho de presentar conclusiones sobre la URSS no acordes con la paranoia anticomunista de posguerra, con una comprensión histórica del acercamiento entre el Ejército alemán y el gobierno bolchevique, etc., etc., etc. Es decir, con unas posiciones hoy imposibles de defender en público sin ser aseteado con las diatribas seudoliberales que suelen lanzar ciertos intelectuales "demócratas" que beben de los pútridos abrevaderos de la burguesía. Unas posiciones las de Carr que tampoco fueron fáciles de sostener durante las décadas en las que llevó a cabo su labor.

            No crea el lector de esta nota que Carr era un incondicional del comunismo. Carr no era comunista y en sus palabras deja claro cuánto dolor, sufrimiento y crueldad llevó consigo la revolución, cuán diferente habría sido la década de los treinta si Lenin no hubiera muerto prematuramente y el triste porvenir de la ideología comunista al alborear el último cuarto del siglo XX. Pero el afán de Carr en definitiva fue dejar las cosas en su sitio evitando los vicios del maniqueísmo infantil con el fin de dar a conocer la historia de los seres humanos de carne y hueso, de seres humanos, en definitiva, como usted, lector, y como yo.