Un yo se manifiesta mediante sus preferencias. Creo que si atendiéramos más a los gustos de cualquier persona la conoceríamos mejor.

Mi hija ha empezado a dar muestras de ello. Cada tarde, cuando le doy su preceptivo puré de frutas, ella saca el ápice de la lengua y lo toca antes de empezar a comerlo. Ocurrió, sin embargo, uno de estos días: se negó a tomárselo. Protestó, negó con la cabeza, hizo ruidos de rechazo, incluso trató de levantarse de la trona queriendo huir. Me sorprendió tanto su actitud que yo mismo probé el puré. Era realmente horroroso: ácido y como aguado.

Pensé por unos momentos que, a pesar de ese mal sabor, a ella tenía que gustarle. (Tenía que gustarle porque era pequeña y los pequeños comen lo que se les da, y también porque ella no puede tener el sentido del gusto tan desarrollado como nosotros los adultos: reconozco mi necedad.) Traté de dárselo de nuevo, y otra vez lo rechazó, con más fuerza.

Así que pensé que no, que no se comería cualquier cosa, y que desde luego su sentido del gusto no tenía por qué ser menos delicado que el mío.

Ahora bien, ese repulsivo puré lo había preparado yo con media pera y un trozo de plátano que llevaban tiempo en la nevera, y una manzana que el frutero me aseguró era la más dulce que tenía (¡escogida a propósito!). Así que mi hija se estaba enfrentando no ya sólo a ese puré que le daba, sino a todo un tipo de frutas predestinadas a llegar de esa manera al mercado, a todo un sistema de implicaciones económicas micro y macro en el que nos hallamos.

Entonces recordé a una médica que en un programa de televisión explicaba por qué a los niños de ahora parece no gustarles la fruta. Antes, decía, era para ellos como un dulce, tan apetecible como un caramelo; ahora, en cambio, la fruta que se vende ha perdido el sabor agradable, es insípida, sosa cuando no ácida, arrancada sin sazón y maltratada en cajas y cámaras frigoríficas. Los adultos la comemos con indiferencia (cuando no la evitamos), acostumbrados a esa falta de gracia, resignados a lo que nos ofrecen en una bandeja de plástico o en una bolsa.

Pero los niños no, los niños luchan. Contra lo que les preparamos. Todavía.

  

 

(5 abril 2010)