Mi hija siente avidez por el dinero.

Un biberón lleno y caliente es apetecible cuando se levanta cada mañana, a menudo después de las diez, siempre hambrienta.

Le ponemos trescientos mililitros de agua, previamente hervida, diez cucharaditas colmadas de leche en polvo y tres de cereales.

Ha ido engordando con eso. Algunos churretes le caen por la boca hasta la barbilla. Y sonríe y juega feliz cuando ha terminado. Es un placer verla, de verdad.

 

No diré en qué pienso yo a través de ella.

Creo que no es mucho lo que hace falta, ciertamente. Pero es terrible su avidez por ese poquito.

 

 

 (18 marzo 2010)