Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, es un hito del periodismo de investigación tanto como de la literatura en lengua castellana, piedra angular de lo que hoy conocemos como no fiction. Este libro ineludible, una de las experiencias más singulares de escritura que podamos recordar, aborda los fusilamientos clandestinos  que tuvieron lugar la medianoche del 9 de junio de 1956 en unos descampados del suburbio bonaerense (en la localidad de José León Suárez, partido de Gral. San Martín). Hoy esta obra puede verse bajo una luz nueva gracias al hallazgo y la publicación de Historia de una investigación, edición facsimilar de dos cuadernos de Enriqueta Muñiz, que cuentan en primera persona la investigación que lleva a cabo junto a Walsh hasta la publicación de su reportaje en el periódico Mayoría, base de la primera edición de su libro.

Pero ¿quién es Enriqueta Muñiz?


Estaba a punto de culminar el año 1956: Walsh tenía 29 años, ya había ganado algunos certámenes de cuento policial, publicado Variaciones en rojo, y trabajaba en la editorial Hachette de Buenos Aires como traductor; allí se encargaba de distintas responsabilidades Enriqueta Muñiz. Era una joven que había nacido en 1934 en Madrid, hija de republicanos —lo que llevó a la familia a exilarse en París y después en Bruselas, hasta recalar en Argentina en 1950—. Apasionada por la literatura y los idiomas, había obtenido algún galardón por sus cuentos infantiles y ya había dado a la imprenta su traducción de la Chanson de Roland.

En sus cuadernos, que ella denomina «Historia de una investigación», Enriqueta anuncia en la primera página con letra clara y firme que se trata de «la reseña breve de una investigación policial en la que me metí con la misma alegre inconsciencia que impulsó a Walsh a ofrecerme mi parte de aventura», y que llamaron de común acuerdo «El Caso Livraga o los Diez Fusilados de José León Suárez». Este suceso que cambió la vida a ambos y marcará un antes y un después de nuestra historia literaria lo deja registrado así:

«El 20 de diciembre a las 12 hs. y 25 minutos, yo era aún una persona pacífica. A las 12 y media, un extraño llamado de Walsh decidió que dejaría de serlo muy pronto. Walsh llegó excitadísimo. Lo primero que dijo fue: “Encontré al perro mordido por un hombre”, dirigiéndose a Weinberg. La segunda frase fue para mí: “Puedes empezar a buscarme un refugio en Buenos Aires”. Ni Weinberg ni yo comprendimos. Esperamos en silencio a que Walsh sacara unos papeles de su inseparable cartapacio y anunciara en son de triunfo: “¡Esto es dinamita!”».

Y era dinamita, había dado con “el fusilado que vive”:  el día anterior en La Plata lo alcanza la increíble noticia. Así lo narraba el mismo Walsh en el prólogo a la primera edición de Operación Masacre, de 1957: «Era una versión imprecisa, propia del lugar —un café— en que la oí formulada. De ella se desprendía que un presunto fusilado durante el motín peronista del 9 y 10 de junio de ese año sobrevivía y no estaba en la cárcel. […] La historia me pareció cinematográfica, apta para todos los ejercicios de la incredulidad».    

A partir de allí se suceden cinco meses de pesquisas de ambos, los viajes, los rumores, las certezas, la ubicación de los escenarios de la ejecución, los encuentros con personas cuya identidad protegen bajo el anonimato. Asimismo, la revelación de que hubo más personas fusiladas, pero también otros supervivientes —algunos relacionados con el levantamiento que encabezaba el general Valle contra el dictador Aramburu, otros completamente ajenos a la revuelta—, todos víctimas de un fusilamiento ilegal llevado a cabo antes de la promulgación de la ley marcial.


Enriqueta Muñiz dejó anotados escrupulosamente los pasos de la investigación, que nos revelan la altura humana y profesional de estos dos escritores; los primeros que se espantan cuando miden el alcance de la política represiva del Estado (y que anuncia la que llevaría a cabo la última dictadura militar en Argentina) y que se desesperan ante el modesto interés que genera su denuncia como su nula repercusión. 

Al tiempo, vamos contemplando cómo Enriqueta es la primera testigo de la dimensión creadora de la escritura de Walsh y su proceso en búsqueda de una nueva forma narrativa que conjugue la autonomía literaria con el rigor periodístico, el germen de una nuevo género. Daniel Link lo define así en el prólogo: «La investigación es el embrión de un libro monstruoso (ese es su mérito mayor) que se va  modificando edición tras edición». «Libro monstruoso» por su absoluta originalidad, que Muñiz supo ver de inmediato, como si llevara el registro de un género que nació ante sus ojos, una nueva forma de escribir:

«Parece que el libro va desarrollándose en un portentoso crescendo. Walsh mezcla su más fino humor, sus sarcasmos más sangrientos, con un lirismo conmovedor. Por momentos, las vidas de esas gentes humildes se me aparecen como una epopeya. No tengo palabras para decirle mi real, mi sincero entusiasmo por la obra. Pero él me cree en seguida. Por otra parte, tiene el convencimiento de que ha trabajado bien. Yo siento confusamente que el arte que hay en ese libro, aparte del material histórico, el humano y el político, sobrepasa nuestra investigación, sobrepasa los alcances partidarios y aun sobrepasa a los mismos personajes. Walsh, en todo caso, se ha sobrepasado a sí mismo. Es lo mejor que ha escrito hasta ahora, desde el punto de vista técnico y literario. Yo, por mi parte, me siento de repente pequeña» [pp. 195-196]. «El martes siguiente, o sea 16 de abril, Walsh me trae más capítulos del libro. Está trabajando duro, y muy rápido. Con todo, la calidad literaria parece amplificarse a medida que el autor va “embalando”. Walsh ha terminado ya con los personajes y ha iniciado el relato terrorífico del arresto. Y la ejecución. Con una limpidez de estilo que me asombra por lo exacta y precisa, va dando a cada momento y cada hombre, su valor. Él se sonríe y habla de estilo “periodístico”. No creo que la agilidad sea “periodística” exclusivamente. Para mí, hay en esa amenidad una hondura impresionante. […] Más que nadie, estoy en condiciones de comprender el valor de ese libro que está naciendo tan espléndido. Yo sé la verdad, la exactitud minuciosa que se esconde detrás de cada situación aparentemente novelesca. Yo sé lo que ha costado cada dato, cada información. Pero sé también que Walsh ha aprovechado ese material verídico de modo insuperable» [pp. 197-198].


Al diario de Muñiz lo acompañan en esta magnífica edición los facsímiles de dos cuentos de Walsh («Tres portugueses bajo un paraguas» y «Zugzwang»); tres folios de una carta que le dirige a Enriqueta donde se puede observar la profundidad de los sentimientos que los unían, en la que Walsh también reproduce fragmentos de su diario que hablan de su infancia de internado y un proyecto de novela policial; una transcripción parcial de la declaración de uno de los fusilados; tres poemas y una nota de Walsh sobre la práctica de la fotografía.

Los caminos vitales, profesionales, ideológicos entre ambos se alejaron paulatinamente tras el fin de su pesquisa. Walsh le dedicó su libro a Enriqueta. Ella mantuvo hasta su muerte en 2013, mientras ejercía con excelencia el periodismo cultural en diversos diarios y revistas, un perfil discreto. No podemos más que celebrar la publicación de sus cuadernos como un regalo más de 60 años después de aquella investigación única.



[Esta reseña apareció publicada en la revista Zenda, el día 13 de febrero de 2020].