Escribí una vez: “quiero ser el maestro de las
repeticiones”; cuando vengo a descubrir que mi hija bien podría enseñarme.
Tomamos la rutina como una condena estéril. Y la consecuencia es que no
recordamos qué árbol hay plantado en el cruce de dos calles que atravesamos a
diario, y por tanto no sabemos si ese es el lugar conveniente para él, y
seguramente por eso tampoco advirtamos que lo han cortado para un carril-bici,
por ejemplo. De la misma manera, tampoco recordamos que antes había un
asiento en la entrada a una estación de metro que han eliminado con una valla de
por medio, o que tuvimos derecho a disfrutar de un permiso por asunto de
familia o a decidir quién sería director del instituto, que no había que
esperar tanto para la rehabilitación de un brazo lesionado o qué cantidad nos
correspondería de pensión cuando nos jubilásemos. Porque la rutina desatenta
borra la percusión que la memoria necesita.
Mi
hija en cambio, mira y remira, examina y comprueba la realidad de lo que hay; y
de esa manera nada escapa a su mirada, cada vez más abarcadora, más profunda,
más inteligente, que va alimentando su memoria.
(14 marzo 2010)
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