Y un domingo llegan vecinos nuevos. Al departamento que está en la azotea de un edificio de enfrente. Es un edificio bajo, de azotea amplia, dividida prolijamente en diferentes espacios: sector para colgar ropa, sector parrillas, sector canteros, sector con enrejado y tinglado (extensión del departamento). Pero todos los compartimentos de la terraza están conectados. Pueden pasar de uno a otro sin puertas ni rejas y eso llama la atención. Es la terraza del hombre que hace wushu a la tarde, de la caminadora que da vueltas incesantes al perímetro de toda la azotea, de los chicos que juegan trepándose a las escaleras que van al tanque de agua. De dos mujeres que conversan manteniendo la distancia reglamentaria entre ellas.

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Los nuevos: dos jóvenes, una chica, dos mujeres gruesas, mayores. Hacen una reunión que se extiende hasta las cuatro de la tarde. Van desde el departamento hasta el sector parrillas. Se despliegan por todas las secciones: terraza tomada. Caigo: apenas ayer abrieron los permisos de mudanza. Hay una botella de vino y una gaseosa. Yo almuerzo en el balcón una cazuela de pollo que me quedó bastante mal. Extraño los asados con mis hermanos al lado del río, el viento. El olor del humo pegado en la ropa hasta la noche. Bueno, al menos este sol intenso de otoño, de luz transparente, fina. Eso me digo.

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El de buzo rojo gira y señala hacia mi casa. El de buzo azul sigue la dirección del brazo del amigo. 

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Así es. La de la sillita playera en el balcón.

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Traen listones de madera que apilan bajo el tinglado de metal. Hay una sierra eléctrica, golpes de martillo. El más alto le da indicaciones al más joven. Señala las maderas, el borde del encastre. Trabajan durante horas. Al finalizar la tarde tienen armado un sillón ancho y bajo para dos personas, de esos en los que uno se sienta y puede recostarse, estirar las piernas. Los que abundan en los patios de algunos bares. Lo dejan a la intemperie, por fuera del tinglado. Secándose.

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Caminan hasta uno de los extremos de la azotea. El más joven pasa sus brazos alrededor del cuello del más alto. Se besan. Es un beso ligero, recostado. Se quedan mirando hacia el departamento nuevo. Llenos de planes.





Pía Bouzas (Buenos Aires, 1968). Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado los libros de cuentos: El mundo era un lugar maravilloso (2005), Extranjeras (2011), Un largo río (2015) y Una fuga en casa (2018). 

Participó en diversas antologías argentinas y españolas, como Buenos Aires no duerme (Eudeba), Cuentos olímpicos y El tiempo de los mayores (Páginas de Espuma), El nuevo cuento argentino (EUFyL). Entre 2009 y 2012 coeditó la revista virtual Cuatrocuentos.

Trabaja como profesora de literatura y escritura creativa en la Universidad Nacional de las Artes y en NYU Buenos Aires.

Con Eduardo Muslip, tuvo a su cargo el cuidado de la edición y la escritura del epílogo del libro que reúne tres nouvelles inéditas de Hebe Uhart, El amor es una cosa extraña (Adriana Hidalgo, 2021), recientemente publicado tanto en Argentina como España.