La coreografía solo es uno de los elementos de la actividad del bailarín. Eso que llamamos el trabajo de la danza es tan corporal como teórico y filosófico. Es una transformación incesante, siempre inacabada. Un proyecto a largo plazo. Una gran parte de ese trabajo no saldrá nunca del taller (no llegará al escenario). Pues allí se guardan cosas que no serán expuestas, cosas cargadas de conocimiento, dudas y rechazos que conforman la textura poética más viva de la danza. De hecho, el trabajo de la danza no cesa de tramar una interrelación entre actividades continuas, íntimas, que pertenecen a la "práctica de sí". ¿Quién puede entonces decir que lo que se muestra en escena vale más que lo que surgió un rato antes, en un momento de búsqueda o improvisación entre bailarines? (Desde Poética de la danza contemporánea, de Laurence Louppe).

Es / extraño pero aún / necesitas contar / tu historia. (Jorie Graham, Rompiente).

La obra de arte siempre se las arregló para que ninguna técnica de reproducción la representara por entero. Hay que pensar en un concepto ampliado del aura que incluya el relato del que surgió la obra. La realidad concreta de la obra estaría conformada por la obra misma y por todo el tiempo en que tuvo lugar su concepción y ejecución, cada uno de cuyos momentos es único e irrepetible y por ello irreproducible. De ahí que nadie le dé mucho crédito al consejo banal de apreciar la obra de arte solo por sus valores plásticos, independientemente de los saberes o asociaciones que la envuelven. El cuadro, en su factura exquisita, en su intemporalidad de museo, es el documento en clave de una historia de experiencia. "Y eso vendría a ser la literatura: una reproducción ampliada, en todas las direcciones, de una obra de arte en la que hubiera dejado de ser importante, o pertinente, que exista o no". (Encontrado en César Aira, Sobre el arte contemporáneo).

¿Cuánto tiempo tardaste, tardarás en escribir la novela?

Toda la vida.


© Imagen: Vasiliki Kanelliadou, "Color sobre blanco y negro" (2021)