Un objeto cualquiera, un pato de goma, por ejemplo, puede ser apetecible en un momento dado. Visto a cierta distancia, digamos metro y medio o dos metros, se distingue como un objetivo digno del esfuerzo de gatear hasta él. En la imaginación ya se perfilan las posibilidades: tocarlo, examinarlo, sopesarlo en una mano, luego en la otra, chuparlo o morderlo llegado el caso. Ese gusto anticipado acelera, incluso, su marcha; de alguna manera disfruta antes de tenerlo.

                Sin embargo, por el camino, las piernas o una de las manos pueden toparse al azar con otro objeto: un sonajero, un libro de plástico, la anilla que meter en un cono… Ese tropiezo elimina de manera fulminante el deseo primero por el pato y se hace con la nueva presa, más inmediata y disponible. Pero aún puede que, encaminando las manos para agarrarla, ese movimiento tropiece con otra cosa y sea ahora la que prefiera. Entonces la coge y se pone a jugar con ella, mientras los ojos no dejan de mirar la anterior; bruscamente suelta la que tiene y se dirige a la que había visto.

            Apego y desapego por objetos diversos se suceden a un ritmo muy personal, en general, mediante transiciones rápidas aunque no siempre; el objeto elegido puede proporcionar medio minuto, un minuto o dos de placer antes de desintegrarse por la caída de su interés y ser sustituido por un segundo, y este por un tercero y este por uno nuevo que acaso es el mismo que disfrutó un poco antes y ahora lo escoge, quizá, sólo porque se ve desde otra perspectiva y le parece diferente.

            Los ojos y las manos prefieren, estiman, desechan; pero también la marcha emprendida es descubridora y deseante. En realidad, pienso, es la marcha la que decide, en tanto sus ojos y manos intervienen únicamente porque se incluyen en ella. Sea como fuere, los objetos carecen de consistencia, resultan apenas algo más que imágenes reemplazables. Esto por un lado me inquieta, pues ¿no significa acaso que habrá que ponerle en su camino un número creciente y cada vez más complejo de objetos con los que disfrute? Por otro, en cambio, tranquiliza. Pues, me digo, en su actitud de atracción y hastío se trata nada más que de cosas.

 

                                                                                                                 

         (27 febrero 2010)