Sin
embargo, por el camino, las piernas o una de las manos pueden toparse al azar con
otro objeto: un sonajero, un libro de plástico, la anilla que meter en un cono…
Ese tropiezo elimina de manera fulminante el deseo primero por el pato y se
hace con la nueva presa, más inmediata y disponible. Pero aún puede que,
encaminando las manos para agarrarla, ese movimiento tropiece con otra cosa y
sea ahora la que prefiera. Entonces la coge y se pone a jugar con ella, mientras
los ojos no dejan de mirar la anterior; bruscamente suelta la que tiene y se
dirige a la que había visto.
Apego
y desapego por objetos diversos se suceden a un ritmo muy personal, en general,
mediante transiciones rápidas aunque no siempre; el objeto elegido puede
proporcionar medio minuto, un minuto o dos de placer antes de desintegrarse por
la caída de su interés y ser sustituido por un segundo, y este por un tercero y
este por uno nuevo que acaso es el mismo que disfrutó un poco antes y ahora lo
escoge, quizá, sólo porque se ve desde otra perspectiva y le parece diferente.
Los
ojos y las manos prefieren, estiman, desechan; pero también la marcha
emprendida es descubridora y deseante. En realidad, pienso, es la marcha la que
decide, en tanto sus ojos y manos intervienen únicamente porque se incluyen en
ella. Sea como fuere, los objetos carecen de consistencia, resultan apenas algo
más que imágenes reemplazables. Esto por un lado me inquieta, pues ¿no significa
acaso que habrá que ponerle en su camino un número creciente y cada vez más
complejo de objetos con los que disfrute? Por otro, en cambio, tranquiliza.
Pues, me digo, en su actitud de atracción y hastío se trata nada más que de
cosas.
(27 febrero 2010)
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