En su mirada que es ya la
voz necesito hay además una
afirmación: tengo derecho, es justo que se me dé; en mi reclamación no hay nada
malo, ni vergonzoso, ni egoísta. Hay solo la pureza del necesitar y la pureza
de la exigencia de la vida. Y eso que ella no sabe que es una niña, ella no
sabe aún que así preserva la salud y la continuidad de la vida de un ser
humano. Ese cuerpo sólo sabe una palabra: recibir.
Y en su mirada me incluye.
Porque ella me sostiene los ojos, con más determinación y poder que un matón
que pretendiera desafiarme; porque ella dispone de todo el tiempo del mundo, su
mirada no está aplazando otro quehacer, otra prisa. Su mirada dice: tú. Tú eres el que me das, el que debes
darme el alimento. En sus ojos sin violencia aparece otra cosa que no es ya una
súplica, sino algo semejante a una demanda de verdad.
Me
mira y yo pienso en los niños de Palestina, y los de Somalia, y los de India, y
los de tantos lugares. Y, más aún, en sus padres. En su terrible, su
enloquecedor fracaso. Me acuerdo de algún filósofo, uno de muchos en quienes no
creo. Tampoco recuerdo que ningún poeta se haya interesado. Los niños que miran
no tienen a quien les cante.
Todo ha transcurrido como una escena íntima y oscura entre mi hija y yo. Después la acuesto y me retiro. Pero aún trato de retener esa mirada suya que nunca hubiera imaginado. Trato de no olvidar jamás los matices de sus ojos todavía sin formar por completo. Y por la desnuda violencia de ese momento como un átomo, recobro la fe en los juicios universales.
(22 agosto 2009)
2 Comentarios
me gustó mucho. me recordó el cuento Término, cuando todo gira alrededor de una palabra u otra cosa que no es palabra pero se vuelve palabra, la mirada. (en este relato).
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Pía. Este es el primer texto de una serie escrita a raíz del nacimiento de mi hija y las impresiones y pensamientos que me inspiró.
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