Temprano a la mañana salgo a caminar. Es de noche aún, la ciudad no se ha despertado. En un edificio brutalista de los años setenta hay, a ras de acera, el zaguán de un bajo comercial cerrado y en alquiler. En el hueco dormita, sentada o acuclillada, una anciana, parapetada por cartones y un carrito de la compra con sus pertenencias. Cubierta apenas con una precaria manta, en una extraña quietud, parece una figura de belén extraviada en el portal vacío. Le asoma la cabeza diminuta por los pliegues de la manta, la piel arrugada, la boca fruncida, los ojos cerrados. A menudo pienso que está muerta, o que está esperando a morirse. Otras veces me la encuentro despierta, con los ojos perdidos en alguna rememoración. Comencé a darle los buenos días, pero nunca me respondió. O me ignoraba o clavaba en mis ojos una mirada dura que tal vez quería decir: déjame en paz. Nos hemos encontrado mucho, es imposible que no me reconozca. A veces canturrea para sí. En una ocasión estaba hojeando una revista. De pronto dejamos de encontrarnos, y me asusté, pero ayer la divisé a lo lejos, empujando su carrito por una calle comercial, con su soledad indescifrable, erguida y digna entre la gente.
Olalla Castro me invita a una sesión de su taller de escritura. Una de las participantes pregunta si puede escribirse un cuento a partir de una imagen.
En Leer imágenes, de Alberto Manguel, encuentro esta cita de Henry James: "Todo buen relato es, por supuesto, a la vez un cuadro y una idea; y mientras más se funden ambas cosas, mejor se resuelve el problema".
Escritura no creativa, de Kenneth Goldsmith; Punto de fuga, de David Markson.
Un agenciamiento es un co-funcionamiento, dice Gilles Deleuze en "De la superioridad de la literatura angloamericana". Opera por simbiosis, por simpatía. Lo importante no son las filiaciones, sino las alianzas, las aleaciones. Si los cuerpos se mezclan, se penetran, se transmiten afectos, también los enunciados.
"Toda escritura es una carta de amor", dice.
Éramos jóvenes, viajábamos. En un pequeño parque ralo de árboles de ciudad castellana se nos acercó un hombre viejo. Comíamos un bocadillo. Entablamos conversación. Él de pie, nosotros sentados en el banco del parque. Hubo una corriente de simpatía que llenó el instante y se desvaneció con el instante. Antes de darnos la espalda y seguir su camino, el hombre se despidió con estas palabras: "Que tengáis una buena muerte".
© Fotografía: Vasiliki Kanelliadou, "Comida frugal" (2006)
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